12 junio 2025

EL BINOMIO TOPOFILICO Y TOPOFOBICO A PARTIR DE VALORES CROMÁTICOS DE UN ESPACIO PÚBLICO, PARQUES DE LA CIUDAD - DR. ARQ. GISELLO FORTUNATO VILA ZOROGASTUA Y GRUPO 1

 


Introducción

Los espacios públicos, como los parques de una ciudad, no solo cumplen funciones recreativas o ecológicas, sino que también despiertan emociones, recuerdos y percepciones en quienes los habitan. En este sentido, el binomio topofílico-topofóbico se convierte en una herramienta útil para entender la relación afectiva que las personas establecen con estos lugares.

La topofilia se refiere al apego emocional positivo hacia un entorno, mientras que la topofobia expresa el rechazo o incomodidad que puede generar un espacio. Estos sentimientos se ven influenciados por múltiples factores, entre ellos los valores cromáticos del entorno.

En los parques urbanos, los colores —ya sean naturales, como el verde de la vegetación, o artificiales, como los de mobiliario o murales— tienen un papel fundamental en la construcción de estas emociones. Colores cálidos y armoniosos pueden promover la sensación de bienestar y pertenencias (topofilia), mientras que una paleta desordenada, agresiva o poco cuidada puede generar desinterés o incluso incomodidad (topofobia).

Introducción poética

La ciudad también se siente con los ojos.
En cada rincón de Lima, los colores narran historias silenciosas: el verde que abraza, el gris que ahoga, el rojo que despierta o alerta. En los parques, donde la vida se detiene un momento para respirar, los colores son memoria, emoción y territorio.

En Surco , los parques florecen como postales vivas.
Allí, el verde es profundo, el césped está bien peinado, las flores pintan pinceladas cálidas, y los juegos brillan bajo el sol. Los bancos invitan al descanso, los árboles susurran sombra, y el alma se siente acogida. Es un espacio que abraza, que da lugar. Es topofilia en su estado más puro: amor al lugar a través del color.

En cambio, en algunas partes de Comas , los parques parecen hablar en voz baja.
El verde se apaga en tonos deslavados, el concreto se impone, y los colores, si existen, están gastados por el tiempo y el olvido. El espacio aún resiste, sigue siendo usado, pero a veces no acaricia: espanta, incomoda, se vuelve distante. Ahí nace la topofobia, no como culpa, sino como síntoma de una ciudad desigual.

Los colores, entonces, no son solo estéticos.  Son la piel del espacio, el eco emocional que dejan en quienes lo habitan. Y entre Surco y Comas, entre el fulgor y la sombra, se dibujan dos maneras de sentir y de estar: el parque como refugio... o como frontera.














































Dr. Arq. Gisello F. Vila Zorogastua

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