28 febrero 2018

Los balcones de Lima, historia y defensa de su integridad - Lilia Córdova Tábori - Cárlos Batalla




Los balcones limeños tienen su origen en el mundo musulmán. Aun se pueden encontrar estas joyas arquitectónicas en Damasco, El Cairo, entre otras ciudades. Los primeros carpinteros fueron españoles y aborígenes. 

Hubo una época en Lima (1536) que los carpinteros y albañiles cobraban lo que querían por construir un balcón, por lo que el Cabildo Municipal tuvo que regular e imponer tasas.

Los balcones se trabajaron en roble y cedro traídos de Ecuador y Nicaragua. Variaban en tamaño pero todos eran horizontales. Habían balcones tan grandes que doblaban las esquinas de las casas.

En una nota publicada en El Comercio, el 27 de abril de 1983, se daba cuenta que en 1746 a raíz del terremoto que asoló a nuestra capital agravado por el maremoto que se dio en el Callao, el cosmógrafo francés Luis Gaudin, sugirió – para seguridad de la población – derribar los balcones; así como, otras construcciones que ponían a la población en peligro. El Cabildo respondió que era una idea bellísima si hubiera que fundar otra ciudad.

 Balcones de Lima

En su época de esplendor, los balcones de tipo cajón funcionaban como miradores y lugares de tertulias. Con la llegada de la República, perdieron su jerarquía y fueron convertidos en cuartos de baño de cuyas rendijas se filtraba el agua. Los balcones abiertos tipo galería fueron construidos a finales del siglo XIX y principios del XX.

El ocaso de los balcones limeños llegó cuando fueron reemplazados por ladrillo y cemento. La capital creció destruyendo los campos verdes y construyendo urbanizaciones con casas de estilos europeos y norteamericanos. La Lima de antaño agonizaba; mientras los edificios crecían por toda la capital. Es muy conocida la gesta del profesor italiano Bruno Roselli quien recorría el Centro de Lima denunciando a los que destruían estas joyas arquitectónicas.

El defensor de los Balcones de Lima

¿Quién fue ese personaje? Bruno Roselli (1887-1970) fue un profesor italiano, florentino para más señas, que quiso abrazar todos los balcones virreinales de la Lima de los años 50 y 60 que aún se mantenían sobre las cabezas de sus vecinos. Un 24 de setiembre de 1970, hace 45 años, dejó este mundo que no supo comprenderlo.

Lima. Década de 1950. Una urbe concentrada en el tradicional centro, que rodeaban algunos barrios entre populosos como el Rímac y Barrios Altos, y otros más alejados aunque no salvos del incipiente bullicio moderno como San Isidro, Miraflores o Barranco.

En esos años, los niños y jóvenes de entonces deben recordar muy bien a un personaje que llevó adelante una cruzada cultural que muchos calificaron, ya entonces, de “iluso” o “idealista”: mantener vivos, socialmente hablando, esos espacios ganados al cielo de Lima: los balcones coloniales.

Lima crecía, entonces muchos viejos edificios del centro y otras zonas populosas repletas de balcones debían dar paso al desarrollo urbano, al progreso inmobiliario; en ese esquema los balcones eran un estorbo, como lo fue también Roselli, casi un loco, un “Quijote” como dicen, aunque el profesor nunca dejó de tener los pies en tierra.

Los balcones provenían de una larga tradición mudéjar o morisca implantada en tierras españolas, y en el Perú, en Lima especialmente, integraban el paisaje diario de la ciudad. Eran tan amplios algunos que se convirtieron en habitaciones, además de cámaras secretas desde donde las limeñas podían “ver sin ser vistas” amparada en por las celosías y los adornos.

Esos balcones, adorados por Roselli, eran finamente acabados en madera de pino, cedro o roble. Estudiosos como Luis Antonio Meza consideraron que la cantidad de balcones en la capital era “homogénea y armónica”.

Terremoto limeño de 1940

El 24 de mayo de 1940 un terremoto empezó a derrumbar la vieja Lima. En los años siguientes, las autoridades comprobaron que los inmuebles (muchos de ellos solares y callejones) requerían de ser demolidos, pues en la práctica se habían convertido en trampas urbanísticas, camufladas algunas como “playas de estacionamiento”.

Roselli era un hombre pintoresco y estimable. No dejará de ser conmovedor verlo, a duras penas, con su sueldo de maestro, con solo algunas monedas en el bolsillo, tratando de salvar un balcón o persuadiendo al dueño, no sin fortuna, para que se lo obsequiara.


El guardián o, mejor dicho, el “defensor de los balcones” aglomerada en un galpón los ejemplares que podía. Cuando no lograba pagar el alquiler perdía todo lo que había guardado. Hermosos balcones coloniales terminaron siendo vendidos al peso o simplemente desaparecieron.

La mayoría de los balcones que defendía este profesor de Historia del Arte eran especialmente del siglo XVIII y algunos del XVII, sin dejar de mencionar los del siglo XIX. Inmigrante italiano, de espíritu conservacionista, Roselli llegó a Lima después de la Segunda Guerra Mundial. Maestro en las universidades de San Marcos y la Católica, Roselli demostraba su erudición humanista y renacentista en clase y fuera de ella también.

Afincado en Lima desde inicios de los años ’50, Roselli fue un limeñista que adoraba los balcones coloniales por ser parte de la antigua arquitectura capitalina. Apoyado por sus alumnos universitarios –desperdigados por el centro– se mantuvo informado por años de los desalojos y del destino de estos artefactos monumentales.

En algún momento vio cómo inescrupulosos individuos quemaron sus balcones. Esa escena nunca se le pudo borrar de la mente: enfermó, pero más del alma que del cuerpo. Bruno Roselli falleció justamente un 24 de setiembre de 1970, ya con una dictadura militar gobernando el país y la ciudad, y sin ninguna esperanza de recuperar sus numerosos balcones.

(Carlos Batalla)


GALERÍA DE BALCONES DE LIMA























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