14 febrero 2022

LOS EDIFICIOS DE JUNTO AL CIELO. LA CIUDAD DE LIMA EN EL CUENTO “EL NIÑO DE JUNTO AL CIELO” (1954), DE ENRIQUE CONGRAINS MARTIN - JORGE CARLOS ALVINO LOLI[1]

 


Dedicado al barrio de San Cosme en La Victoria; donde nací y pasé la más hermosa infancia

 

Resumen

En este ensayo intentamos, además de acercarnos al análisis literario de un reconocido cuento, reconocer el mensaje social que encierra esta obra en concordancia con la imagen de la ciudad de Lima de mediados del siglo XX, el contraste de los edificios y el mensaje de una nueva arquitectura que aparece en el paisaje urbano y, principalmente, como se muestra a los ojos de sus personajes.

La libertad interpretativa del lector es importante en la literatura, pero también lo es el acercamiento al contexto en el cual se crea y recrea la obra ficticia, más aún si su intención es el reconocimiento al realismo hacia el cual apuntan obras de este género; los referentes formales y sociales que señalaremos, de esta manera, tienen como objetivo enriquecer la lectura.

Queremos advertir finalmente que los alcances de nuestras disquisiciones únicamente pretenden esclarecer algunos escenarios y momentos para ayudarnos a disfrutar de nuestra lectura, una de las muchas que pueden existir y que, sin duda, acontecen en el buen lector cuando aborda la obra de nuestro reconocido escritor.

 

1. Introducción

Enrique Congrains Martin, quien nació en Lima en 1932, fue un escritor singular en su producción y trayectoria profesional; desde el aspecto narrativo su obra, casi juvenil, Lima, hora cero, es considerada en el Perú una de las más importantes del siglo XX y apertura una manera de escribir que se compromete con un nuevo carácter social y urbano; entre otras obras suyas también se destacan Kikuyo (1955) y la novela No una, sino muchas muertes (1957). También es justo mencionar que Congrains efectuó una valorable labor editorial enfocada a la difusión y alcance popular de los libros siendo además un gran viajero. Finalmente, Enrique Congrains fallecerá en el 2009, en Cochabamba, Bolivia, no sin antes haber publicado (luego de un prolongado silencio literario) El narrador de historias (2008) y 999 palabras para el planeta tierra (2009).

Para nuestro interés creemos que el joven Enrique Congrains alcanza a ser el espectador de una Lima cambiante, de una ciudad que ya se articuló urbanísticamente con el Callao y Miraflores, pero que también extiende nuevas avenidas y construye edificios mucho más altos con nuevas tecnologías. Creemos también que observa la capacidad destructiva del terremoto de 1940, conoce la sensibilidad del indigenismo, ve el apogeo y caída del estilo neocolonial y, la crítica que implica su uso y abuso por parte de la aristocracia (o de los que querían asociarse a ella), disfruta de la popularidad del cine y del teatro antes de la aparición de la televisión, etc., es pues un ciudadano que presencia grandes cambios en ciencia y tecnología; pero también, y principalmente, Congrains pudo observar el inicio del advenimiento masivo de poblaciones del interior del país hacia Lima, de esta manera es testigo del inicio de las barriadas con todas las implicancias sociales que nos alcanzan incluso hoy en día.

 

2. El contexto

El contexto Literario

¿Qué significado alcanza la obra literaria de esta generación y en especial la de Congrains?

En la literatura peruana la llamada Generación del 50 [2] fue una de las más prolíficas y revolucionarias, si se considera la originalidad y trascendencia de su significado social; diversos contextos de la sociedad peruana inmersos principalmente en nuevos escenarios urbanos se presentaban con crudeza, de la misma forma aparecen personajes cargados de una sensibilidad y riqueza interior antes no distinguidos. La Generación del 50 aborda lo que Sánchez llama Novela de la urbe; la cual “Localiza sus escenas en el suburbio y escogen como héroe al proletariado urbano, el lumpen proletariat de las “barriadas”, o sea los barrios marginales de las grandes ciudades… en realidad, la aparición del suburbio resulta tardía, pero conmovedora”. (Sánchez 1966, tomo V; 1644); esta forma de escribir también será llamada Prosa de ficción o neo-realismo (Tamayo 1968: 1119); se ha ubicado a Enrique Congrains dentro de esta tendencia pues en sus obras se

“…ha abandonado el campo y el tema campesino, para enfocar los de la urbe, donde se descubre una cantera inexhausta y posibilidades humanas y sociales sin precedentes. … emplazada en las viviendas infrahumanas, en medio de la promiscuidad insoslayable y bajo la advocación de la miseria y la delincuencia que aterra sin remisión ni esperanza. (Arriola 1968: 127)

Los escritores avocados a esta preocupación, además del propio Congrains, a Carlos Zavaleta, Eleodoro Vargas Vicuña y Francisco Izquierdo Ríos, también podemos señalar, a Reynoso y Vargas Llosa. Estos autores poseen una personalidad y carácter particular: “…cuentan entonces entre 15 y 25 años. Han crecido palpando esa inconsolable tristeza, heridos de tan irrestañable llaga. (Sánchez, 1966, Tomo V: 1647-48) Al interés por la ciudad se suma entonces el interés por este sector poblacional que son los identificados como “desclasados”:

“Se debe señalar que, del conglomerado de clases sociales reunidas en la ciudad, los narradores dedican preferentemente su atención a dos: el lumpen y la clase media. En un primer momento, representados por Congrains y Ribeyro, la población marginal, los desclasados, aparecen principalmente en el relato urbano; esto resulta natural porque estos desclasados, sin empleo o subempleo habían cambiado la faz de la ciudad y habían hecho surgir problemas que, por su novedad y por su agudeza, concitaron la atención de los escritores, de los intelectuales” (Delgado 1984:148)

En el caso de Congrains se subraya su vocación

“…neo-relista, acaso porque se sitúa como una renovación de la postura extrema del realismo, la del Naturalismo (de ahí que podría calificárselo de neo-naturalista, para distinguirlo del pincel matizado y complejo de Ribeyro y Zavaleta)” (González Vigil 1991: 511)

La narrativa de Congrains en esta temprana etapa de su vida como escritor (y durante mucho tiempo casi la única registrada) fue valorada rápidamente por “… la audacia de acercarse a tanto desamparo (Sánchez, 1966, Tomo V: 1647-48); pero también se le ha considerado porque

“… terminó con el indigenismo convertido en folklore y abrió el capítulo de la novela de la ciudad… lo muestran en el mismo camino de una ciudad descompuesta por el crecimiento social, por la sociedad de las masas que irrumpe con sus problemas de urbe en la entonces ciudad pueblerina y otro tanto capital colonial… Comerciantes minoristas, pandilleros, barrios marginales, todo eso forma parte de la prosa de Congrains que aún parece no ha encontrado su definitiva estabilidad narrativa. (Tamayo 1968: 1119).

En su obra, Lima, hora cero (1954), los cuatro cuentos que la componen, reflejan claramente estos nuevos escenarios y la profundidad sicológica de sus habitantes; de esta obra (aunque señalada con deficiencias estilísticas por críticos como Oviedo, Castro Arenas, Tamayo Vargas, etc.), se destaca claramente el cuento que analizamos como un texto estructurado, verdadero y profundo: El niño de junto al cielo, y dentro de esta obra el logrado personaje de Esteban. Para González Vigil, este cuento

“… se salva del esquematismo y estridentismo de Lima, hora cero, con un hondo retrato psicológico del personaje y su “ilusión perdida” ante una Lima-Cielo que se le revela Lima-Infierno. Súmese a ello que “El niño de junto al cielo” puede simbolizar el paso del predominio de la narrativa indigenista (con marco andino) al predominio de la narrativa urbana: al igual que la migración creciente a la capital y las ciudades de la Costa, y todo lo que implica de ingreso a un sistema social alienante, el grueso de las narraciones peruanas migrará en los años 50 al marco urbano.” (González Vigil 1991. 512)

Mención aparte merece el cuidado del lenguaje que Congrains otorga en el habla común de sus personajes, pues tiene:

“…el tino de descender a lo bajo sin rebajarse, de reflejar ambientes duros sin endurecerse, de retratar lo sucio sin ensuciarse. No es de los que para producir efectos neorrealistas tiene que apelar a interjecciones innecesarias.” (Arriola 1968: 128)

 

El contexto social

¿Qué sucedía en Lima en la primera mitad de la década de los cincuenta? Podemos articular un escenario a partir de algunas imágenes agrupadas en dos dimensiones: lo social y lo arquitectónico (lo que incluye la ciudad y sus edificios) y así acercarnos al contexto real en el que se desarrolla nuestro relato.

Aunque políticamente existía cierta estabilidad proveniente de una dictadura militar, la del General Manuel Arturo Odría, el llamado Ochenio proyectó al principio (como toda dictadura parece hacer) un fuerte compromiso hacia las clases populares respaldado en la fuerza de las imágenes de las instituciones estatales, para esto se apoyó por ejemplo en la construcción de gigantescos edificios como el Ministerio de Educación (1948-1956)) o el Estadio Nacional (1951). Es pertinente mencionar que algunos arquitectos encontraron espacio en la oficialidad de estos proyectos para diseñar siguiendo las ideas modernistas, los conceptos de higiene y la limpieza geométrica de los espacios:

“A principios de los años cincuenta, bajo el gobierno de Odría, Santiago Agurto diseñaría las agrupaciones de vivienda de Barboncito, Risso y San Eugenio… en 1948 había diseñado el Complejo de Angamos de Miraflores y de 1953 sería la unidad vecinal de Matute” (Martucelli 2000: 139).

Otros edificios importantes de esta década fueron:

“… la sede de la Facultad de Arquitectura de la U.N.I. (1951) de Mario Bianco… el edificio Atlas (1954) de José Álvarez Calderón y Walter Weberhoffer, el edificio El Pacífico (1957) de Fernando de Osma, ambos con aires de la arquitectura moderna brasilera, a la que desde un principio los arquitectos modernos del Perú dirigieron su mirada. En la línea de Mies y en el uso del muro cortina están el edificio de radio El Sol (1954) de Miró Quesada, el Hotel Savoy (1957) de Bianco y el Edificio Suizo-Peruano de Cron. Proyectos de Seoane de esta época son el Ministerio de Educación (1951-1956) el edificio más alto de Lima hasta l construcción de la torre del Centro Cívico…” (Martucelli 2000: 140)

Pero lo característico de estos años son, como apuntamos, los grandes conjuntos habitacionales que descentralizaban relativamente el centro de la capital: comenzando por la emblemática Unidad Vecinal N°3, el Agrupamiento Alexander, Mirones, etc., todos pensados en las familias de clase media que reclamaban un hogar digno y autosuficiente dentro de su ciudad. En fin, todos estos edificios se presentaban con un novísimo lenguaje moderno, ordenado y sólido; sin embargo, al tiempo que se realizaban estos grandes proyectos existían otras zonas de la ciudad en donde surgían edificaciones precarias y espontáneas producto de una innegable realidad, la necesidad de un espacio para vivir, en la imagen urbana este requerimiento se traduce en las barriadas; esta arquitectura, la que aparece en lugares negados e “ilegales”, estos espacios marginales de fronteras casi indefinibles, son los lugares que interesan a Congrains y, probablemente, identifica como Junto al cielo y son los que ahora nos ocupa.

Foto aérea

 

Lima y las barriadas

Uno de los fenómenos sociales más trascendentes durante el siglo XX fue la migración de la población provinciana hacia las grandes ciudades, esto conllevó, entre otras cosas, un impacto espiritual del ser poblador ante su nuevo entorno; este fenómeno migratorio claramente se evidencia en el surgimiento de las llamadas barriadas[3] representadas emblemáticamente por la de San Cosme, temprana posesión por la fuerza de un elemento del paisaje (un cerro) dentro de una propiedad privada (una hacienda); Esta barriada, además de su carácter histórico, posee una continuidad y supervivencia casi tangible en sus pobladores hasta el día de hoy. Los primeros pobladores que decidieron su invasión fueron:

“… los trabajadores del nuevo Mercado Mayorista y Minorista de La Parada. Vivanderas, vendedores de cajones y canastas, ambulante y cargadores buscaron un lugar cercano a su centro laboral, a un costado de la avenida San Pablo, para vivir. (Orrego 2013: 39).

De esta manera, la necesidad económica pasó a ser un detonante para el establecimiento de esta, y otras barriadas cercanas, en esta parte de la ciudad:

“La inauguración, en 1945, del mercado mayorista de La Parada, al este de Lima, desencadena una nueva ola de formación de barriadas que comienza en 1946 con la invasión de las laderas del cerro San Cosme, seguida unos meses más tarde por la de San Pedro y en 1947 por la de El Agustino.” (Driant 1991: 47)

El Cerro San Cosme fue “tomado” en 1946, el:

“24 de setiembre, día de la Virgen de las Mercedes, se produjo la primera invasión del cerro. Alrededor de las diez de la mañana, unas 120 personas, cada una provista de herramientas, palos, esteras, etc., lo escalaron con el objeto de instalar las primeras viviendas provisionales.” (Matos 1977: 69)

Gran parte del valle de Lima era propiedad de hacendados que aún explotaban agrícolamente el territorio alrededor de la ciudad consolidada. A inicios de la década del cincuenta la crisis económica y social hizo que existieran enfrentamientos de las clases obreras populares y algunas empresas agrícolas. La primera barriada que ocupa el espacio privado y simboliza este fenómeno es, como mencionamos, la barriada de San Cosme; se ocuparon las laderas norte y oeste del pequeño cerro al que debe el nombre y que se emplazaba en los terrenos de la Hacienda Cánepa. Según Matos (1977: 68-77) a la barriada de San Cosme le seguirá la de El Agustino, como secuela de la misma, en 1947 (al menos en las partes bajas de algunos sectores, San Pedro, por ejemplo; de esta manera el momento emergente de las primeras casas se encontraba en vigencia). Diez años después del inicio de su ocupación, el cerro San Cosme en 1957 “… cuenta con una población de 3,674 habitantes, distribuidos en 1,120 familias” (Matos 1977: 77), es entonces ya una barriada poblada y sin duda dinámica. Todos estos hechos siempre eran efectuados subrepticiamente y acarreaban enfrentamientos con los propietarios, en el caso del Agustino, por ejemplo:

“…se desenvolvía un conflicto legal entre yanaconas y subarrendatarios del fundo El Agustino con su propietaria Isabel Panizo vda. De Riva Agüero, quien pretendía desalojarlos luego de cancelar los contratos de arrendamiento con los conductores asiáticos, aduciendo no tener ningún compromiso con dichos campesinos.” (Matos 1977: 77)

Aún sí las casas aumentaban de tal forma que en las partes bajas del cerro El Agustino hacia 1957 (Matos 1977: 77) ya existía una población de 7,862 habitantes distribuidas en las siguientes barriadas:

-San Pedro, producto de una invasión el 15 de abril de 1947 (Matos: 177: 77) sobre uno de los espolones del cerro; secuela de la invasión a San Cosme.

-Santa Clara de la Bella Luz como ampliación de la invasión anterior y desde el 12 de agosto de 1947.

-El Agustino producto de una invasión violenta en setiembre de 1947. Este hecho motivó una represión y encarcelamiento de sus dirigentes.

-Doña Isabel, originada en 1953 a la derecha del barrio de El Agustino.

-Independiente, originada en 1954 a partir de su separación de la anterior.

Es necesario aclarar que las relaciones entre los propietarios y la gente que ocupa las barriadas tuvieron muchas veces intereses políticos matizados de diplomacia paternalista, esto se ejemplifica en la actitud del presidente Manuel Odría y su esposa María, por esto muchas barriadas que eran objeto de acciones caritativas de doña María fueron bautizadas con su nombre, aunque nunca fueron legalmente tituladas. Finalmente:

“…Odría demostró que el gobierno podía apoyar activamente la formación de barriadas… como un medio de obtener apoyo político… fomentando un patrón autoritario de lazos informales, paternalista que, más que a intensificar, tendían a oscurecer la identificación de clase” (Collier 1978: 76-77).

 

Las casas de junto al cielo

Las probables casas que podríamos denominar casas de junto al cielo serían las chozas de esteras u otros materiales livianos que ocupaban las partes altas del cerro, éstas se emplazaban a la vera de los caminos de ascensión que se pueden apreciar en las fotos aéreas de 1944 - 1957 (Figura 1, 2, 3 y 4) y, de acuerdo a este patrón éstas habrían establecido su frente principal hacia los mismos y la proporción del lote se habría definido en virtud a la topografía de cada sección. Por lo menos diez años después se habría consolidado en adobe o ladrillo edificios de un solo piso con un frente único, sin retiro, vano central de ingreso y a veces dos ventanas laterales. Con excepción de unas pocas viviendas que se diseñarán limitadamente con rasgos misión o art decó, la mayoría presenta un diseño sencillo simétrico y según algunos antiguos videos o fotografías de colores claros o simplemente sin pintar.

Posteriormente a la década del cincuenta comenzarán a aparecer algunos elementos decorativos como son los símbolos geométricos que ocupan los paneles ciegos de la fachada, casi siempre flanqueando la entrada o, en todo caso, las ventanas del segundo piso;

Es evidente que la vivienda de Esteban sería una humilde choza, así lo señala un fragmento del cuento en donde además se explica la distribución de casas:

“El auto los dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro, casas en mitad del cerro, casas en la cumbre del cerro. Habían subido y una vez arriba, junto a la choza que había levantado su tío…”

Una fotografía de un reportaje de 1970 deja evidencia de la existencia de estas chozas (figura 6). Junto al cielo era entonces un lugar de chozas; actualmente aún existen edificaciones de adobe y ladrillo, pero la mayoría han logrado consolidar (precariamente) 3 a 4 pisos, incluso hasta 7 pisos (figura 13) sobre las estrechas calles sin retiro ni áreas verdes en la parte superior del cerro.

 

3. El cuento

La ruta de Esteban (fragmentos de la ruta)

El relato se desenvuelve básicamente tres espacios diferentes: Junto al cielo (o el lugar en donde Esteban vivía, el cerro El Agustino), los alrededores del Mercado Mayorista, en donde conoce a Pedro y, la Plaza San Martín y sus alrededores (en donde hacen su negocio de revistas); entre estos espacios existen unas fronteras difusas que son superadas caminando o con auxilio del tranvía. Es pues una narración que vincula tres espacios muy distintos y que nos brinda tres imágenes distintas de Lima y que, en la década de los cincuenta durante el cual se circunscribe el relato, resulta muy real y contundente.

Por otro lado, el hilo conductor narrativo que nos presenta la ciudad es la “expedición” que realiza Esteban al interior de la Bestia de un millón de cabezas, que es como él identifica simbólicamente a la ciudad de Lima.

El tiempo es también importante en la secuencia narrativa, aunque el hallazgo del billete de diez soles funciona como detonante para una aceleración del mismo y prácticamente todo se desarrolla en una sola jornada cuyo itinerario se desenvuelve aceleradamente desde la mañana hasta el anochecer.

La ruta de Esteban comienza con su descenso desde junto al cielo hacia la ciudad, es decir implica un acercamiento a la realidad mundana. El primer lugar o espacio importante es donde acontece el hecho, casi milagroso, del hallazgo del billete de diez soles. ¿En dónde encontró el billete? El relato menciona que existía un “… sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese cerro cubierto de casas… cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basuras, desperdicios de albañilería y excrementos…” Posteriormente en el relato, cuando iba al encuentro de su amigo Pedro, Esteban parece volver a pasar por este lugar: “…Bajó por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo en el borde de la carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la mañana, el billete de diez soles.”

Nos encontramos ante un límite en la cosmovisión del niño: un sendero frente a un canal y, más contundentemente una carretera. Un lugar de encuentro. Es un primer lugar mágico, después de él, desperdicios y basura, anticipo de lo que significa la ciudad. Siguiendo algunas fotos antiguas (figura 7, 8 y 9) podemos identificar cierta similitud con la actual avenida 28 de Julio como la carretera y corroboramos la presencia de un canal con un puente, además de las áreas de desmonte. Este tramo inicial es fidedigno.

Hacia el sur del cerro y luego de la carretera el territorio que seguía (en la década del cincuenta) era una franja de chacras cercadas (figuras 1 y 3), la única forma de cruzarlas hacia el Mercado Mayorista era por el actual Pasaje Margarita Vargas, prolongación que baja del mismo cerro San Cosme y que lleva el nombre de una de las heroínas de la invasión original: “…llegó a una calle y desde allí divisó el famoso mercado, el Mayorista, del que tanto había oído hablar”. En este punto habría alcanzado la avenida Bolívar, actual Jaime Bauzate y Meza en su cuadra 22 y, desde allí comenzó a caminar hacia el oeste: “Siguió el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese cerro cubierto de casas… los edificios de tres y cuatro pisos”. Pensamos que este cerro cubierto de casas pudiera ser el mismo cerro San Cosme, ya casi completamente ocupado en la década del cincuenta; por otro lado, los edificios de cuatro pisos ya existían en la actual avenida Bauzate y Meza cuadra 17, frente al Mercado Mayorista, y uno de estos sería el edificio San José, de rasgos academicistas tardíos construido entre 1945 y 1949 (figura 15 y 16); los otros no tendrían tan claramente esta impronta estilística pero también fueron diseñados con líneas historicistas tardías en plena decadencia.

Sin duda el referente espacial más importante fue el lugar del encuentro entre Esteban y Pedro (frente al Mercado Mayorista), este es sin duda la mencionada avenida Bauzate y Meza, pues cuando Pedro le pregunta a Esteban de donde viene éste le señala hacia el este, hacia donde se encuentran los cerros, por esta razón Pedro inicialmente asume el cerro más cercano: San Cosme:

-De allá, del cerro- y Esteban señaló en la dirección en que había venido.

-¿San Cosme?

Esteban meneó la cabeza, negativamente.

-¿Del Agustino?

-¡Sí, de ahí! –exclamó sonriendo.

Una pauta espacial es posterior, luego de caminar y encontrar la carretera, quizás la actual avenida o Estación Grau; es una posibilidad:

Habían dejado atrás el mercado y estaban junto a la carretera. A medio kilómetro de distancia se alzaba el cerro El Agustino, el barrio de Junto al Cielo

Otro espacio importante es donde toman el tranvía hacia la Plaza San Martín; el lugar parece una terminal en un gran parque, quizás el Manco Cápac u otro que pudiera tener conexión con tranvías hacia el centro, pero aun así la probable ruta del tranvía desde La Victoria hasta la Plaza San Martín la desconocemos, aunque existía el paradero final en la céntrica plaza no tenemos noticia de donde podrían tomarlo, por lo que este espacio podría obviarse como una licencia literaria con el fin de no interrumpir la dinámica secuencial.

-¿Queda muy lejos el sitio? -preguntó Esteban, al ver que las calles seguían alargándose casi hasta el infinito…

-No, ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y nos vamos gorreando hasta el centro.

-… Lo tomamos no más y le decimos al conductor que nos deje ir hasta la Plaza San Martín.

-… Al fin terminó la calle y llegaron a una especie de parque.

-¡Corre! –le gritó Pedro, de pronto. El tranvía comenzaba a ponerse en marcha. Corrieron, cruzaron en dos saltos la pista y se encaramaron en el estribo.

Es interesante la participación del tranvía como vehículo articulador pues éste se identificaba con las clases sociales de bajo poder económico y, en cambio, los autos de fábrica norteamericana con las élites; ambos medios de locomoción confluían intensamente en la Plaza San Martín:

“Grandes automóviles, flamantes Cadillac o menos ostentosos ‘Packard´ invadieron el parque automotor de Lima. El centro de la capital era una diaria feria de lujo. Los desposeídos tenían en los tranvías, por quince centavos, la movilidad a su alcance.” (Thorndike 1982: 37)

El paradero del tranvía en la Plaza es registrado en distintas fotos, videos y crónicas.

“Pequeños tranvías urbanos traqueteaban por casi todos los jirones principales y los grandes, con acoplado, entraban hasta la Plaza San Martín” (Thorndike 1982: 36)

La Plaza San Martín es el espacio final y su importancia es trascendente, es el corazón de la Bestia y por el cual pasan todos sus habitantes; aquí el tiempo parece acelerarse nuevamente:

“… más y más gente sobre la piel de la bestia. Y la gente caminaba con más prisa ahora. Rápido, rápido, apúrense, más rápido aún, más, más, hay que apurarse muchísimo más, apúrense más… Y Esteban permanecía inmóvil, recostado en el muro

También se puede intuir que los eventos suceden en un día que anochece tarde, pues cuando Esteban pregunta:

-¿Tiene hora, señor?

-Un cuarto para las siete.

-…Decenas de letreros luminosos se habían encendido. Letreros luminosos que se apagaban y se volvían a encender…

Se descubre que es probable que sea una tarde de verano.

Por último, cabe la posibilidad de que los pasajes del cuento no representen un tiempo o día específico, sino que describan distintos momentos, los espacios si bien son existentes y se encuentran bien contextualizados poseen algunos vacíos que no afectan la calidad del contenido del relato.

 

4. Espacios e imágenes

Consideremos que el relato que nos ocupa se basa en sucesos reales que acontecen en la ciudad y las barriadas que intentan consolidarse en su periferia; por un momento consideremos también que sus personajes representan seres representativos en carácter e idiosincrasia, nos toca ahora adentrarnos dentro del contexto en el que se encuentran insertos pero al hacerlo avanzaremos un poco más allá de las palabras expresadas en el cuento y ensayaremos la reconstrucción de imágenes espaciales o contextuales.

 

Junto al cielo. El Apu o referente visual

Es importante la imagen de la ciudad que se aprecia desde el cerro de El Agustino; al ser emplazada en un delta de la desembocadura de un río, la ciudad no posee mayores desniveles o hitos geográficos salvo los pocos cerros aledaños que rematan las estribaciones cercanas. Esteban relata una imagen de la ciudad en el fragmento siguiente:

 “Esteban contempló a la bestia del millón de cabezas. La “cosa” se extendía y desparramaba, cubriendo la tierra de casas, calles, techos, edificios, más allá de lo que su vista podía alcanzar. Entonces Esteban había levantado los ojos, y se había sentido tan encima de todo –o tan abajo, quizá- que había pensado que estaba en el barrio de Junto al Cielo.”

Más adelante, es interesante también, el reconocimiento que establecen ambos niños respecto a estos mismos cerros; en las preguntas de Pedro a Esteban respecto a de dónde viene, se encuentra el orden de los referentes espaciales en esta parte de la ciudad:

-¿De dónde, ah? (....) ¿De dónde ah? –volvió a preguntar.

-De allá, del cerro –y Esteban señaló en la dirección en que había venido.

-¿San Cosme?

Esteban meneó la cabeza, negativamente.

-¿Del Agustino?

-¡Sí, de ahí! –exclamó sonriendo.

Para la cosmovisión de los niños aquellos cerros se presentan como una comunidad, tanto por su proximidad, similitud e incluso su función acogedora hacia los nuevos pobladores; Esteban no los individualiza y solo puede disgregarlos al escuchar el nombre de cada uno por separado, esto pone en relieve una interesante asociación que podría revelar una profunda mentalidad andina de ambos interlocutores. Los cerros podrían simbolizar algo similar a una huaca, la cual era un:

“Espíritu de la comunidad: tiene una jurisdicción más extensa; éstos constituyen lo que se llama una huaca; el cerro más alto, que preside la vida del pueblo, que está formando parte del conjunto geográfico, es considerado como residente del espíritu guardián de la comunidad, es el apu, generalmente un nevado. Hay además otros de segunda categoría, como subjefes, son los auquis o cerros menores que están formando como una guarnición defensiva del pueblo, la cual impedirá que sufra daños como el de un asalto, una epidemia, etc. Se les llama también huamanis.” (Valcárcel 1982: 86).

Más adelante veremos como el cerro podría representar el futuro, una utopía que se encuentra sin conocer y, por lo contrario, lo neocolonial representaría lo establecido, los horarios, la burocracia, el tiempo presente, las diversas personas que habitan dentro de la Bestia.

 

La barriada

Es importante la construcción de una imagen urbana, hasta la década de los cincuenta muchas veces ignorada en la literatura peruana, esta imagen es la de la barriada, para precisar una barriada en plena construcción a la que se agrega una primera referencia conocida y real: el Mercado Mayorista. Esteban llegó a lo que aparentemente era el ingreso, esto puede ser en el cruce de la Av. Bolívar (hoy Bauzate y Meza) y San Pablo; entonces (antes de 1954) esta se encontraba consolidada. El mercado se había fundado en 1945 y no tenía ni diez años en funcionamiento y ya era un centro de actividad creciente; aquí reconoce el paisaje:

Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basuras, desperdicios de albañilería y excrementos; llegó a una calle y desde allí divisó el famoso mercado, el Mayorista, del que tanto había oído hablar.

El relato posee gran cantidad de instantáneas espaciales y temporales, sin embargo, adolece de referencias hacia lo auditivo, aunque sabemos que la radio[4] era el aparato que acompañaba a todas las familias populares y en general de la población limeña. La música contaba en sus composiciones muchas vivencias populares de las barriadas, conviene recordar aquí el vals criollo de los cincuenta, con canciones como Yo la quería patita (1954)[5] de Cavagnaro e interpretado por los Troveros Criollos, dúo integrado por Jorge Pérez y Lucho Garland, y “…que aparecen en un momento de difícil interpretación para lo nativo.” (Collantes 1956: s.n.). Otro éxito de este grupo (ya convertido en trío: Garland, Pajovés y Ladd) es Romance en la parada (1958), canción compuesta por Augusto Polo Campos y, en cuya letra, se proyecta la intensidad de la vida precisamente en la barriada de San Cosme y el Mercado Mayorista, recreando incluso sus escenarios urbanos[6].

Como fuera, la barriada no es Junto al cielo, y Esteban en un principio piensa que es Lima, pero esto no será definitivo:

¿Eso era Lima, Lima, Lima…? La palabra le sonaba a hueco.

 

La Plaza San Martín

Otro lugar pletórico de imágenes se encuentra en otra parte de la ciudad, en la Plaza San Martín. Es importante distinguir el contraste de imágenes que existe entre aquella ciudad nueva, marginal, que es San Cosme, con la otra, la antigua (aunque en cierto modo no lo era tanto) que es el entorno de la plaza a donde van a parar los dos niños para vender sus revistas (¿el corazón de la Bestia?).

La Plaza San Martín se emplaza sobre el área que anteriormente había pertenecido al Hospital de San Juan de Dios y, posteriormente Estación del mismo nombre que articulaba Lima con el Callao por medio del tren. La configuración urbana de la Plaza se da en el contexto del Centenario de la Independencia con el diseño de la misma por el español Piqueras Cotolí (1921). La construcción de edificios notables como el Hotel Bolívar (construido en 1924 y ampliado en 1938), posteriormente los edificios que configuran los portales Boza y Pumacahua (desde 1926 hasta 1940), ambos proyectos del arquitecto Rafael Marquina. En el caso de los portales:

“el desarrollo de las elevaciones es tratada en barroco español, en la que se ponen de manifiesto elementos neocoloniales. La imagen del conjunto resulta sí apropiada para su compromiso con el entorno e integrada perfectamente a la arquitectura precedente” (Jiménez y Santiváñez 2005: 84)

La plaza (para la década del cincuenta) probablemente era el centro neurálgico de una Lima que está a punto de cambiar dramáticamente en su dimensión y fisonomía, pero, principalmente, en su población, algo que quizás Piqueras quizás pudo intuir y que, en el diseño de la misma (aún con modificaciones), aún demuestra su eficiencia.

“Piqueras propone con esta plaza una forma de ruptura/continuidad en la recusación histórica del proyecto urbanístico de la República Aristocrática. Además, introduce en el medio limeño las bases programático-principistas de una forma de reinterpretación mediterránea, atemperada en escala y dotada de un espíritu nacional, de un urbanismo neobarroco, decimonónico y abstracto observado de manera académica. De alguna forma, la plaza San Martín representa una especie de celebración/muerte de los fundamentos ideológicos y estéticos de aquel programa urbanístico sugerido por José Balta y promovido resueltamente por Nicolás de Piérola.” (Ludeña 2003: 217 y 223)

Esta plaza adquiere gran popularidad en contraposición de la Plaza Mayor cuyo carácter es oficial y si se quiere institucional. A la Plaza San Martín la gente acude por diversión, esparcimiento social o discusión política. Los comercios abundan y sin duda un edificio significativo es el cine Metro, el cual fue uno de los últimos edificios de ese ambiente urbano en ser construido en un evidente estilo neocolonial. El cine entonces ya había adquirido un gran impulso y “…los grandes estudios estadounidenses habilitaron salas para la exhibición exclusiva de su material” (Mejía 2007: 109); de hecho, el cine Metro[7], presente hacia el este, hacia la zona elevada de la plaza, fue edificado en 1936 por la Metro Goldwyn Mayer y, películas mundialmente conocidas como Genio y figura (en donde actuaba la estrella Mirna Loy), fue estrenada entonces. No es de extrañar que nuestros personajes utilicen el cine (entonces referencia de la tecnología y modernidad)[8] y lo utilicen como referencia dentro de la complejidad espacial:

“- ¿Ves ese cine? –preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en la esquina. Esteban asintió-. Bueno, sigues por esa calle y a mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses… Pasó junto al cine y se detuvo a contemplar los atrayentes avisos.”

Esta parte del relato es interesante pues Pedro, al parecer, utiliza la falsedad fantasiosa del cine y pareciera incluso identificarse con su éxito financiero. Esteban por su parte consideraba a Pedro como un socio que sabía cómo se comportaba “la bestia”:

“Él era el socio capitalista.”

Es interesante también advertir como la Plaza San Martín funcionaba (para el imaginario limeño) como divisor entre las dos partes de La Colmena (oeste y este), esta división es muy recurrente para entender el espacio en las sociedades andinas; muchas veces ambas partes son complementarias o distintas (no necesariamente contrarias dialécticamente)[9]; algo así refiere Thorndike cuando intenta bosquejar su percepción de esta parte de la ciudad:

“Lima comienza o acaba en La Colmena, la de adentro, la que se queda en la plaza San Martín, no en La Colmena que sigue hacia la tierra incógnita del Parque Universitario, donde acaban los viajes interprovinciales. Esa, la que se prolonga hasta la avenida Abancay, es la Colmena pobre, revoltosa de corazón socialista, calle inconforme, tristona, peligrosa.” (Thorndike 1996: 139)

Para la desdicha de Esteban, cuando sale de la plaza para buscar una tienda se interna brevemente en el sector este (en el barrio de La Encarnación o llamado Colmena Izquierda y, mucho más allá hacia donde se veían las estribaciones andinas) es despistado por Pedro:

“Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.”

La Plaza San Martín es el escenario en donde además del cuento, acaba también el día, cuando anochece y se revela la realidad a Esteban.

 

5. Algunas variables

Sobre el cuento hemos identificado algunas variables que responden principalmente al imaginario de los personajes, pero también se proyectan y se encuentran presentes en su estructura, articulándose y dan coherencia al relato.

 

El Número

Es interesante la presencia numérica expresada claramente en el número diez, esto podría suceder debido a la permanencia en la ideología occidental y que se expresa claramente en la narración de la Divina Comedia (compuesta de 100 cantos) de Dante. También su significancia se puede señalar desde la tradición judeocristiana en donde este número alcanza lo sagrado debido a la existencia de los Diez Mandamientos, esto se refuerza, ya en nuestro relato, por la forma como Lima se presenta como la Bestia de un millón de cabezas (10 a la 6ta potencia). En el cuento este número alcanza un lenguaje perfecto, redundante, casi neopositivista[10] involucrando al propio Esteban quien se identifica personal y cósmicamente con el diez:

Él ya tenía diez años, y diez años no eran ni ocho, ni nueve ¡Eran diez años!... El billete llevaba el “diez” por ambos lados y en eso se parecía a Esteban. El también llevaba el “diez” en su rostro y en su conciencia. El “diez años” lo hacía sentirse seguro y confiado, pero sólo hasta cierto punto...

Sin embargo, la expresión más tangible la tenemos en el hallazgo milagroso que el propio Esteban encuentra, el billete de diez soles o la Libra. Este billete llamado popularmente la Libra Peruana, era entonces naranja con la imagen de la Madre Patria al centro del anverso[11].

Bajó la vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies, junto a su vida.

…Vacilante, incrédulo se agachó y lo tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era un billete de diez soles, un billete que contenía muchísimas pesetas, innumerables reales. ¿Cuántos reales, cuántos medios, exactamente? Los conocimientos de Esteban no abarcaban tales complejidades y, por otra parte, le bastaba con saber que se trataba de un papel anaranjado que decía “diez” por sus dos lados.

Pedro se refiere al billete como una Libra, aunque la moneda oficial en la década de los cincuentas era el Sol de Oro que se emitió desde 1935 (su Ley fue promulgada en abril de 1931) y reemplazó a la Libra Peruana que precisamente equivalía a diez soles. Incluso, aún en la década de los ochenta la palabra Libra era utilizada en San Cosme para designar al billete naranja en donde aparecía retratado Garcilaso de la Vega y equivalía precisamente a diez soles.

Sin embargo, la simbología de este número también podría tener una base andina intrínseca; es conocida la importancia de la organización matemática de la cultura andina representada históricamente por el Tawantinsuyu; cronistas como Cieza de León (1551), Inca Garcilaso de la Vega (1609) o Sarmiento de Gamboa (1579), entre otros, lo mencionan. De manera especial la organización decimal ha sido puesta en relieve por investigadores como el arquitecto Santiago Agurto quien menciona: “que el Sistema Decimal era usado para organizar y contar grupos de cosas y personas y que las cantidades se agrupaban en unidades, decenas, centenas y millares; haciéndolo generalmente en grupos que seguían la serie 5, 10, 50, 1,000, 5,000, 10,000” (Agurto 1977: 8)[12]. El sistema decimal era objeto de orgullo, de reglas que no debían fallar, sin embargo, cuando este orden fallaba todo iría mal, por eso si el 10 se convertía en 15 no podía funcionar y crea dudas; diez en quechua es Chunka, una cantidad divisible, sin embargo, quince o Chunka pishqayuq, ya no lo es tan sencillamente, quizás por eso cuando Esteban se pregunta por los quince soles no encuentra respuesta:

¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?

 

Dualidad o enfrentamiento

Existen algunas asociaciones entre aparente opuestos que podemos considerar dualidades. La primera asociación corresponde al carácter de los dos personajes: Esteban ingenuo frente a Pedro acriollado; ¿qué representa? ¿el encuentro entre dos grupos?; Pedro le gana en el juego, conoce las reglas del juego y de la ciudad, posiblemente es huérfano y no asiste a la escuela, las calles han sido su espacio de aprendizaje. Pedro logra convencer y llevar a Esteban desde las periferias hasta el centro de la ciudad; desde el mercado mestizo a la plaza Neocolonial comercial y acelerada; para esta conexión utiliza el tranvía, símbolo del progreso y que conecta los espacios. El personaje de Pedro introduce a Esteban, cual Virgilio a Dante en la Divina Comedia (1304-1321), a las profundidades del infierno, en este caso de la Bestia (la ciudad de Lima).

La complementariedad entre ambos personajes parece funcionar, aunque Esteban no logra entender las reglas completas de la Bestia:

Él era el socio capitalista y el negocio marchaba estupendamente bien. Revistas, revistas gritaba el socio industrial, y otra revista más que desaparecía en manos impacientes. ¡Apúrate con el vuelto!, exclama el comprador. Y todo el mundo caminaba a prisa, rápidamente. ¿Adónde van que se apuran tanto?, pensaba Esteban.

Aunque sabemos que para el personaje de Esteban el concepto de “capitalista” era, por su edad, imposible, el autor aprovecha el momento del relato para relevar una crítica el tiempo posterior a la Segunda Guerra Mundial conocido como la Guerra Fría. Se descubre así el contraste de los niños que surgen del proletariado con las intrusivas empresas norteamericanas que dominan el espacio urbano en el que se desenvuelve la historia; se descubre entonces que se mantiene para esta época, tal como escribía Mariátegui (26 años antes):

“…la última estación política de una cultura. Los Estados Unidos, más que una gran democracia son un gran imperio. La forma republicana no significa nada. El crecimiento capitalista de los Estados Unidos tenía que desembocar en una conclusión imperialista.” (Mariátegui 1980 [1925]: 83).

El enfrentamiento también se aprecia entre los dos espacios Junto al Cielo, espacio en gestación casi utópico y, la Plaza San Martin, espacio terrenal y criollo (punto – contrapunto). Uno se encuentra elevado espacialmente, cerca a las nubes y el otro por debajo de los propios edificios que se muestran altos desde su perspectiva. En uno el tiempo parece prolongarse, ser eterno, y en el otro la gente va apresurada y parece que el tiempo se escapa. En uno empieza el cuento y en el otro acaba. Esta dualidad equilibra el relato y parece comprometer al lector como un observador neutral, presente en los contextos, quizás a veces hasta identificado, pero al mismo tiempo lo mantiene excluido a suficiente distancia para poder apreciar los contrastes y enfrentamientos entre ambos polos.

La dualidad es considerada dentro de la interpretación del pasado andino, de hecho, ha sido aplicado hacia la interpretación de estructuras sociopolíticas sobre la base de documentos etnohistóricos primero y luego a partir de ciertos patrones arquitectónicos de diseño. Rostworowski (1986) y Morales (1995) mencionan incluso su existencia en épocas anteriores al Tawantinsuyu. De esta manera “la existencia de los dos bandos, ya fuesen Hanan y Hurin o Allauca e Ichoc es una antigua costumbre panandina. Mientras en ciertas regiones se designaban las mitades como arriba y abajo, en otras la división de derecha-izquierda mantenía el concepto del esquema dual” (Rostworowski 1986: 115). En la arquitectura esto se aprecia en edificaciones ceremoniales, divisiones espaciales o contraposiciones iconográficas “…que representan la cosmovisión dualista del mundo opuesto y complementario a la vez” (Morales 1995: 88).

 

Tiempo tripartito

Es interesante distinguir a partir de las experiencias de Esteban, el método dialéctico de Hegel[13] que presenta tres momentos espirituales dentro de un fenómeno (Marías 1996: 318-319). Inicialmente nuestro personaje posee su experiencia personal proveniente de Tarma, un espíritu subjetivo, una conciencia de sí mismo.

Antes, cuando comenzaba a tener noción de las cosas y de los hechos, la meta, el horizonte, había sido fijado en los diez años. ¿Y ahora? No, desgraciadamente no. Diez años no era todo, Esteban se sentía incompleto, aún. Quizá si cuando tuviera doce, quizá si cuando llegara a los quince, quizá. Quizá ahora mismo, con la ayuda del billete anaranjado.

En un posterior momento Esteban descubre algunas pautas morales y éticas, en la Bestia del Millón de Cabezas; la familia, la sociedad adquieren otras dimensiones y él cree comprenderlas objetivamente:

Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable, aunque algo difícil de comprender. Eso no importaba; seguramente, con el tiempo, se acostumbraría. Era una magnífica bestia que estaba permitiendo que el billete de diez soles se multiplicara.

Finalmente, ante la traición de su amigo Pedro, se descubre el conocimiento por la experiencia, es decir una manifestación de la verdad absoluta, la que, aunque triste y dolorosa, lo libera.

Entonces, ¿Pedro lo había engañado?... ¿Pedro, su amigo, le había robado el billete anaranjado?... ¿O no sería, más bien, la bestia con un millón de cabezas la causa de todo?... Y, ¿acaso no era Pedro parte integrante de la bestia?...

Sí y no. Pero ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desolado, se dirigió a tomar el tranvía.

Estas experiencias son sucesivas y trascienden en el interior de Esteban (comprometiendo al lector) y, constituyen también, la columna vertebral para el entendimiento de la sicología del personaje.

 

La fe y la religión

La fe es un concepto importante, alude a la credibilidad de Esteban la cual se explica, además de su ingenuidad, por su falta de experiencia ante las diversas situaciones que enfrenta en la ciudad. La formación religiosa también se advierte en Esteban, sin embargo, es una religión mezclada con reflexiones de origen casi míticas nacidas probablemente de las explicaciones maternas y que generan muchas dudas.

A lo largo del relato aparecen distintos nombres que aluden a la religión. Esteban bajó del cerro por algún camino, este pareciera ser el lugar que actualmente se conoce como San Pedro (una de las primeras barriadas de El Agustino, cerro también de nombre cristiano que alude a San Agustín, autor, paradójicamente, de la obra filosófica La Ciudad de Dios[14]); este nombre también es el mismo de su primer amigo, quizás sea solamente una alusión al sitio y Pedro podría ser cualquier niño, al final su honestidad nunca fue verdadera como tampoco lo podría ser su nombre; en todo caso es un nombre cristiano, del primer apóstol y el que negó a Cristo, lo cual refiere una vez más a la propia religión cristiana.

Esteban es un considerado por el autor como: “niño de…”, lo cual podría referir a un personaje anónimo perteneciente a un espacio o sector social determinado; “…junto al cielo” refiere indudablemente a un componente de la creencia cristiana; al juntarlas evoca a un ser casi celestial, casi un ángel, un ángel que bajó del cielo.

La Bestia del millón de cabezas es una alusión directa a el discurso bíblico, específicamente al libro del Apocalipsis, capítulo 13, en donde se describe el poder de dos bestias: “Y vi una bestia que emergía del mar, que tenía diez cuernos y siete cabezas, en sus cuernos diez diademas, y en sus cabezas un nombre blasfemo” (Apocalipsis capítulo 13, versículo 1).

Desde otra perspectiva la relación y apego que Esteban mantiene con el billete de Diez Soles o Libra parece superar su valor económico o material:

“Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario.”

Esta actitud puede asociarse a la relación que en el espíritu andino se mantenía con una huaca:

“…los espíritus viven en el mundo de aquí… en residencias un tanto transportables, es decir que el espíritu se aloja, por ejemplo, en una piedra, generalmente pequeña, que el individuo puede llevar en un atado… son residencias móviles” (Valcárcel 1982: 84).

Es posible que las creencias religiosas del personaje de Esteban provengan de su educación familiar en su natal Tarma; Collier, citando a Oscar Lewis (1952), creemos también que “… los patrones tradicionales de conducta, las instituciones de parentesco y la religión no solamente persistían, sino que, en algunos casos, eran reforzados por el paso a la ciudad” (Collier 1978: 44).

 

6. Algunas reflexiones

Sintetizando algunos conceptos y enseñanzas que nos deja el relato, aparte de su carácter literario, podemos mencionar los siguientes puntos relevantes:

-El tiempo y el espacio en la ciudad, ante los ojos de dos niños diferentes, adquiere sus propias dimensiones.

-La constante interacción entre los personajes y la ciudad que los cobija, tanto en su entorno geográfico que se va culturizando (…junto al cielo) como la gran ciudad que crece alimentada por sus habitantes y, sin duda sus edificios, ya sean chozas o gigantes o modernos. La gente y la sociedad se representa en su arquitectura.

-La fisonomía y carácter urbano de las barriadas, entonces en plena emergencia, se expresa crudamente como una realidad que forma a la nueva generación de ciudadanos. Sus reglas son dinámicas y cambiantes como lo es su arquitectura.

-Las barriadas y el Centro Histórico. Aunque en la década que se escribió el cuento El niño de junto al cielo aún los conceptos respecto al patrimonio arquitectónico recién estaban entrando al preámbulo de su abierta discusión (la cual se consolidaría en la década de los sesenta) podemos ver que existe cierta observación respecto a los edificios que enmarcan, por ejemplo, la imagen de la Plaza San Martín, que en ese momento no tenían más de treinta años de construidos pero que representaban una antigua estirpe de las familias poderosas lo cual se expresaba en el conservador estilo Neocolonial.

-Existe un componente social innegable, la realidad es arrojada crudamente ante la existencia de personas menores, las agrede y forma tempranamente su sensibilidad, sin embargo, también es cierto que existen dimensiones intimistas que forman parte de la fortaleza de los propios personajes, la dimensión surrealista alcanza una riqueza debido precisamente al carácter mítico de Esteban, la ciudad va cambiando frente a sus ojos. Una expresión de esta realidad se aprecia en la lectura borrosa de la familia de Esteban, lo que expresa la fragmentación de la misma, muy recurrente en las barriadas de entonces: con la madre preocupada y el “tío que no es el padre”.

-Un discurso o crítica a la crisis económica social se aprecia en las diferencias de contextos entre los basurales de las barriadas y la tardía exuberancia de la Plaza San Martín en donde se exponen los pasatiempos del capitalismo norteamericano con sus películas expuestas en marquesinas y los letreros luminosos.

 

Agradecimientos

Algo personal: Algunos amigos me enseñaron a valorar el oficio de escritor, a la literatura peruana y a su gente, por ello recuerdo a Ronald Arquiñigo y su apuesta por esta vocación, a Wilbor Rebata y el gusto que tenemos por el arte y, a Francisco Rojas, amigo y vecino, con el que compartimos las letras e infinidad de ideas por las calles de San Borja. Otras personas me ayudaron a entender parte de la realidad que nos rodea y, de alguna manera, el mensaje del relato analizado, por ello extiendo mi agradecimiento a Dany Huarcaya, amigo cantuteño, con quien exploramos la ruta de Esteban, a Alexander Cullanco por permitirnos siempre un refugio, a Julio Mamani por su temprana esperanza de creer en los libros y, especialmente, a Hilda Caro, a quien le debo mucho y siempre admiraré.























 





Referencias bibliográficas

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[1] Graduado de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Ricardo Palma; graduado de la Escuela Académico Profesional de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Egresado de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la Maestría en Arte Peruano y Latinoamericano de la Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

[2] Entre los escritores más reconocidos en la narrativa se ha señalado a Eleodoro Vargas Vicuña, Julio Ramón Ribeyro y Francisco Izquierdo Ríos.

[3] Para 1956 se consideraba la “barriada” a partir de sus carencias, por ejemplo: “…los barrios formados sobre tierras invadidas, y que no se conforman a un plan trazado preconcebido o que lo tiene muy rudimentario, carecen de servicios públicos y sociales más elementales y en ellos se dan las condiciones de insalubridad ambiental más deplorables” (Citado por Córdova, A. 1958: 33).

[4] Desde la aparición de la primera radioemisora (OAX, posteriormente convertida en 1937 por intervención del Estado en Radio Nacional) en 1925 durante el progresista gobierno de Leguía (antes existía desde 1916 como radiotelefonía de comunicación naval) la radio comenzó lenta pero inexorablemente su alcance popular con nuevas emisoras: Internacional, Miraflores, Goicoechea, Grallaud, América, Atalaya, Alegría y Libertad. Hacia 1950, que es nuestro espacio temporal en análisis, se experimenta “…un crecimiento del sistema de radiodifusión” (Valderrama 1987: 20) existiendo solamente en Lima 17 emisoras (Valderrama 1987: 20. Cuadro 2).

[5] El video de esta canción (1955), uno de los primeros videos de música criolla que se realiza ambientado en exteriores, refiere el barrio del Rímac y el Paseo de Aguas. Actualmente se ha recuperado y difundido: https://www.youtube.com/watch?v=QYqrTBQe2bM

[6] La letra cuenta las esperanzas de una pareja “proletaria” que se enamora en la barriada de San Cosme, pero la cual es desafortunada, pues como dice la letra de la misma: “...más como en lo pobre no cabe la dicha…”, sufre por la traición.  https://www.youtube.com/watch?v=XXHTCcstZBQ

[7] El arquitecto principal del proyecto fue José Álvarez Calderón, participando además Guillermo Payet y Schminametz Fernando, con un diseño interior estilo art decó.

[8] El cine era también partícipe de estos escenarios sociales; en marzo de 1953 se estrenaba en lima la película mexicana El Plebeyo, en donde aparece la canción del mismo nombre del compositor peruano Felipe Pinglo (la canción ya había sido escrita más de veinte años antes). También era ampliamente conocida Yma Sumac quien interpretaba en la película el Secreto de los Incas (1954) (en donde participaba el reconocido actor estadounidense Charlton Heston) exóticas canciones que maravillaban al público; el cine era importante pues el televisor aún no había logrado aparecer en la escena peruana, aunque en 1939 y el 1955 se había ejercitado emisiones restringidas recién en 1957 y 1958 se harían transmisiones públicas.

[9] Al respecto se conocen dos conceptos: “Las oposiciones expresadas en yanantin (dualidad espejada) y en el tinku (complementariedad disimétrica), describen las formas de paridad y dialéctica. Estas categorías articulan l descripción flexible en organizaciones sociales con distintas escalas y estamentos, afianzando el sentimiento de integración y protección que la comunidad ejerce sobre el sujeto y legitiman una afirmación simbólica, cultural en general, y espacial en particular.” (Lozada 2006: 165).

[10] El neopositivismo o positivismo lógico considera, entre otras cosas, la necesidad de un fundamento eficaz para las ideas; un lenguaje válido para elaborar proposiciones científicas son la lógica y las matemáticas, además “…la experiencia es la fuente de todo el conocimiento no matemático” (Bunge 167).

[11] Se debe reconocer que el billete mencionado en el relato de 1953 debe tratarse de la impresa el 12 de julio de 1951 la cual era impresa en negro (anverso) y naranja (reverso); la emisión de un billete naranja por ambos lados recién aparecería en 1956.

[12] Es necesario aclarar que según el arquitecto Carlos Milla, la unidad de medida occidental “aumenta o disminuye de 10 en 10” y, al contrario, en sistema andino, basado en la geometría proporcional, este sistema no es decimal “… sino que cada ocho operaciones las magnitudes se hacen diez veces más grandes” (Milla 1983: 92)

[13] Esta es una observación que hacemos (algo aventurada) de la tesis-antítesis-síntesis que podría aplicarse al proceso introspectivo que sufre Esteban; obviamente los fenómenos espirituales son hechos más profundos, no siempre muy claros a partir de la lectura de Hegel.

[14] San Agustín con el ánimo de defender al cristianismo expone una doctrina de la política cristiana; La Ciudad de Dios plantea una nueva sociedad, la Ciudad Celestial y la Ciudad Real, la Ciudad Pagana. “… Está constituida por la lucha de dos ciudades o reinos: el reino de la carne y el reino del espíritu, la ciudad terrena, o ciudad del diablo, que es la sociedad de los impíos, y la ciudad celestial o ciudad de Dios, que es la comunidad de los justos” (Abbagnano 1964: 244)



Anexo

El niño de junto al cielo (1954)

Enrique Congrains Martin

Por alguna desconocida razón, Esteban había llegado al lugar exacto, precisamente al único lugar… Pero. ¿no sería, más bien, que “aquello” había venido hacia él? Bajo la vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies, junto a su vida.

¿Por qué, por qué él?

Su madre se había encogido de hombros al pedirle, él, autorización para conocer la ciudad, pero después le advirtió que tuviera cuidado con los carros y con las gentes. Había descendido desde el cerro hasta la carretera y, a los pocos pasos, divisó “aquello” junto al sendero que corría paralelamente a la pista.

Vacilante, incrédulo, se agachó y lo tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era un billete de diez soles, un billete que contenía muchísimas pesetas, interminables reales. ¿Cuántos reales, cuántos medios exactamente? Los conocimientos de Esteban no abarcaban tales complejidades y, por otra parte, le bastaba con saber que se trataba de un papel anaranjado que decía “diez” por sus dos lados.

Siguió por el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese cerro cubierto de casas. Esteban caminaba unos metros, se detenía y sacaba el billete de su bolsillo para comprobar su indispensable presencia. ¿Había venido el billete hacia él –se preguntaba- o era él, el que se había ido hacia el billete?

Cruzó la pista y se internó en un terreno salpicado de basuras, desperdicios de albañilería y excrementos; llegó a una calle y desde allí divisó el famoso mercado, el Mayorista, del que tanto había oído hablar. ¿Eso era Lima, Lima, Lima…? La palabra le sonaba a hueco. Recordó: su tío le había dicho que Lima era una ciudad grande, tan grande que en ella vivían un millón de personas.

¿La bestia de un millón de cabezas? Esteban había soñado hacía unos días, antes del viaje, en eso: una bestia con un millón de cabezas. Y ahora él con cada paso que daba, iba internándose dentro de la bestia.

Se detuvo, miró y meditó: la ciudad, el Mercado Mayorista, los edificios de tres y cuatro pisos, los autos, la infinidad de gentes –algunas como él, otras no como él- y el billete anaranjado, quieto, dócil, en el bolsillo de su pantalón. El billete llevaba el “diez” por ambos lados y en eso se parecía a Esteban. El también llevaba el “diez” en su rostro y en su conciencia. El “diez años” lo hacía sentirse seguro y confiado, pero sólo hasta cierto punto. Antes, cuando comenzaba a tener noción de las cosas y de los hechos, la meta, el horizonte, había sido fijado en los diez años. ¿Y ahora? No, desgraciadamente no. Diez años no era todo, Esteban se sentía incompleto, aún. Quizá si cuando tuviera doce, quizá si cuando llegara a los quince, quizá. Quizá ahora mismo, con la ayuda del billete anaranjado.

Estuvo dando algunas vueltas, atisbando dentro de la bestia, hasta que llegó a sentirse parte de ella. Un millón de cabezas y, ahora, una más. La gente se movía, se agitaba, unas iban en una dirección, otras en otra, y él, Esteban, con el billete anaranjado, quedaba siempre en el centro de todo, en el ombligo mismo.

Unos muchachos de su edad jugaban en la vereda. Esteban se detuvo a unos metros de ellos y quedó observando el ir y venir de las bolas; jugaban dos y el resto hacia rueda. Bueno, había andado unas cuadras y por fin encontraba seres como él, gente que no se movía incesantemente de un lado a otro. Parecía, por lo visto, que también en la ciudad había seres humanos.

¿Cuánto tiempo estuvo contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media hora, una hora, acaso dos? Todos los chicos se habían ido, todos menos uno. Esteban quedó mirándolo, mientras su mano dentro del bolsillo, acariciaba el billete.

-¡Hola hombre!

-Hola… -respondió Esteban susurrando, casi.

El chico era más o menos de su misma edad y vestía pantalón y camisa de un mismo tono, algo que debió ser kaki en otros tiempos, pero que ahora pertenecía a esa categoría de colores vagos e indefinibles.

-¿Eres de por acá? –le preguntó a Esteban.

-Sí, este… -se aturdió y no supo cómo explicar que vivía en el cerro y que estaba en viaje de exploración a través de la bestia de un millón de cabezas.

-¿De dónde, ah? –se había acercado y estaba frente a Esteban. Era alto y sus ojos inquietos le recorrían de arriba abajo-. ¿De dónde ah? –volvió a preguntar.

-De allá, del cerro –y Esteban señaló en la dirección en que había venido.

-¿San Cosme?

Esteban meneó la cabeza, negativamente.

-¿Del Agustino?

-¡Sí, de ahí! –exclamó sonriendo. Ese era el nombre y ahora lo recordaba. Desde hacía meses, cuando se enteró de la decisión de su tío de venir a radicarse a Lima, venía averiguando cosas de la ciudad. Fue así como supo que Lima era muy grande, demasiado grande, tal vez; que había un sitio que se llamaba Callao y que ahí llegaban buques de otros países; que había lugares muy bonitos, tiendas enormes, calles larguísimas… ¡Lima…! Su tío había salido dos meses antes que ellos con el propósito de conseguir casa. Una casa. ¿En qué sitio será? -le había preguntado a su madre. Ella tampoco lo sabía. Los días corrieron y después de muchas semanas llegó la carta que ordenaba partir. ¡Lima…! ¿El cerro del Agustino, Esteban? Pero él no se llamaba así. Ese lugar tenía otro nombre. La choza que su tío había levantado quedaba en el barrio de Junto al Cielo. Y Esteban era el único que lo sabía.

-Yo no tengo casa… -dijo el chico después de un rato. Tiró la bola contra la tierra y exclamó: -¡Caray, no tengo!

-¡Dónde vives, entonces? –se animó a inquirir Esteban.

El chico recogió la bola, la frotó en su mano y luego respondió:

-En el mercado, cuido la fruta, duermo a ratos…

-Amistoso y sonriente, puso la mano sobre el hombro de Esteban y le preguntó: -¿Cómo te llamas tú?

-Esteban…

-Yo me llamo Pedro –tiró la bola al aire y la recibió en la palma de su mano-. Te juego, ¿ya Esteban?

Las bolas rodaron sobre la tierra, persiguiéndose mutuamente. Pasaron los minutos, pasaron hombres y mujeres junto a ellos, pasaron autos por la calle. Siguieron pasando los minutos. El juego había terminado, Esteban no tenía nada que hacer junto a la habilidad de Pedro. Las bolas al bolsillo y, los pies sobre el cemento gris de la acera. ¿Adónde ahora? Empezaron a caminar juntos. Esteban se sentía más a gusto en compañía de Pedro, que estando solo.

Dieron algunas vueltas. Más y más edificios. Más y más gente. Más y más autos en las calles. Y el billete anaranjado seguía en el bolsillo. Esteban lo recordó.

-¡Mira lo que encontré! –lo tenía entre sus dedos y el viento lo hacía oscilar levemente.

-¡Caray! –exclamó Pedro y lo tomó, examinándolo al detalle-. ¡Diez soles, caray! ¿Dónde lo encontraste?

-Junto a la pista, cerca del cerro –explicó esteban.

Pedro le devolvió el billete y se concentró un rato. Luego preguntó:

-¿Qué piensas hacer, Esteban?

-No sé, guardarlo seguro… -y sonrió tímidamente.

-¡Caray, yo con una libra haría negocios, palabra que sí!

-¿Cómo?

-Pedro hizo un gesto impreciso que podía revelar, a un mismo tiempo, muchísimas cosas. Su gesto podía interpretarse como una total despreocupación por el asunto –los negocios- o como una gran abundancia de posibilidades y perspectivas. Esteban no comprendió.

-¿Qué clase de negocios, ah?

-¡Cualquier clase, hombre! –pateó una cáscara de naranja que rodó desde la vereda hasta la pista; casi inmediatamente pasó un ómnibus que la aplanó contra el pavimento-. Negocios hay de sobra, palabra que sí. Y en unos dos días cada uno de nosotros podría tener otra libra en el bolsillo.

-¿Una libra más? –preguntó Esteban, asombrándose.

-¡Pero claro, claro que si…! –volvió a examinar a Esteban y le preguntó: -¿Tú eres de Lima?

Esteban se ruborizó. No, él no había crecido al pie de las paredes grises, ni jugando sobre el cemento áspero e indiferente. Nada de eso en sus diez años, salvo lo de ese día.

-No, no soy de acá, soy de Tarma; llegué ayer…

-¡Ah! –exclamó Pedro, observándolo fugazmente- ¿De Tarma, no?

-Sí, de Tarma…

 

Habían dejado atrás el mercado y estaban junto a la carretera. A medio kilómetro de distancia se alzaba el cerro El Agustino, el barrio de Junto al Cielo, según Esteban. Antes del viaje, en Tarma, se había preguntado: ¿Iremos a vivir a Miraflores, al Callao, a San Isidro, a Chorrillos, en cuál de esos barrios quedará la casa de mi tío? Habían tomado el ómnibus y después de varias horas de pesado y fatigante viaje, habían arribado a Lima. ¿Miraflores? ¿La Victoria? ¿San Isidro? ¿Callao? ¿Adónde, Esteban, adónde? Su tío había mencionado el lugar y era la primera vez que Esteban lo oía nombrar. Debe ser algún barrio nuevo, pensó. Tomaron un auto y cruzaron calles y más calles. Todas diferentes, pero, cosa curiosa, todas parecidas, también. El auto los dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro, casas en mitad del cerro, casas en la cumbre del cerro. Habían subido y una vez arriba, junto a la choza que había levantado su tío, Esteban contempló a la bestia del millón de cabezas. La “cosa” se extendía y desparramaba, cubriendo la tierra de casas, calles, techos, edificios, más allá de lo que su vista podía alcanzar. Entonces Esteban había levantado los ojos, y se había sentido tan encima de todo –o tan abajo, quizá– que había pensado que estaba en el barrio de Junto al Cielo.

-Oye, ¿quisieras entrar en algún negocio conmigo? Pedro se había detenido y lo contemplaba, esperando respuesta.

¿Yo… -titubeando pregunto: - ¿Qué clase de negocio? ¿Tendría otro billete para mañana?

-¡Claro que sí, por supuesto! –afirmó resueltamente.

La mano de Esteban acarició el billete y pensó que podría tener otro billete más, y otro más, y muchos más. Muchísimos billetes más, seguramente. Entonces el “diez años” sería esa meta que siempre había soñado.

-¿Qué clase de negocios se puede ha? –preguntó Esteban.

Pedro sonrió y explicó:

-Negocios hay muchos… Podríamos comprar periódicos y venderlos por Lima; podríamos comprar revistas, chistes… -hizo una pausa y escupió con vehemencia. Luego dijo, entusiasmándose: -Mira, compramos diez soles de revistas y las vendemos ahora mismo, en la tarde, y tenemos quince soles, palabra.

-¿Quince soles?

-¡Claro, quince soles! ¡Dos cincuenta para ti y dos cincuenta para mí! ¿Qué te parece, ah?

Convinieron en reunirse al pie del cerro dentro de una hora; convinieron en que Esteban no diría nada, ni a su madre ni a su tío; convinieron en que venderían revistas y que, de la libra de Esteban, saldrían muchísimas otras.

Esteban había almorzado apresuradamente y le había vuelto a pedir permiso a su madre para bajar a la ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su trabajo le daban de comer gratis, completamente gratis, como había recalcado al explicar su situación. Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo en el borde de la carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la mañana, el billete de diez soles. Al poco rato apareció Pedro ye empezaron a caminar juntos, internándose dentro de la bestia de un millón de cabezas.

-Vas a ver qué fácil es vender revistas, Esteban. Las ponemos en cualquier sitio, la gente las ve y, listo, las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos a gritar en la calle el nombre de las revistas, y así vienen más rápido… ¡Ya vas a ver qué bueno es hacer negocios…!

-¿Queda muy lejos el sitio? -preguntó Esteban, al ver que las calles seguían alargándose casi hasta el infinito. Qué lejos había quedado Tarma, qué lejos había quedado todo lo que hasta hace unos días había sido habitual para él.

-No, ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y nos vamos gorreando hasta el centro.

-¿Cuánto cuesta el tranvía?

-¡Nada hombre! –y se rió de buena gana-. Lo tomamos no más y le decimos al conductor que nos deje ir hasta la Plaza San Martín.

Más y más cuadras. Y los autos, algunos viejos, otros increíblemente nuevos y flamantes, pasaban veloces, rumbos sabe Dios dónde.

-¿Adónde va toda esa gente en auto?

Pedro sonrió y observó a Esteban. Pero, ¿adónde iban realmente? Pedro no halló ninguna respuesta satisfactoria y se limitó a mover la cabeza de un lado a otro. Más y más cuadras. Al fin terminó la calle y llegaron a una especie de parque.

-¡Corre! –le gritó Pedro, de pronto. El tranvía comenzaba a ponerse en marcha. Corrieron, cruzaron en dos saltos la pista y se encaramaron en el estribo.

Una vez arriba se miraron, sonrientes… Esteban empezó a perder el temor y llegó a la conclusión de que seguía siendo el centro de todo. La bestia de un millón de cabezas no era tan espantosa como había soñado, y ya no le importaba estar siempre, aquí o allá, en el centro mismo, en el ombligo mismo de la bestia.

Parecía que el tranvía se había detenido definitivamente, esta vez, después de una serie de paradas. Todo el mundo se había levantado de sus asientos y Pedro lo estaba empujando.

-Vamos, ¿Qué esperas?

-¿Aquí es?

-Claro, baja.

Descendieron y otra vez a rodar sobre la piel de cemento de la bestia. Esteban veía más gente y las veía marchar –sabe Dios dónde- con más prisa que antes. ¿Por qué no caminaban tranquilos, suaves, con gusto, como la gente de Tarma?

-Después volvemos y por estos mismos sitios vamos a vender revistas.

-Bueno, - asintió Esteban. El sitio era lo de menos, se dijo, lo importante era vender las revistas, y que la libra se convirtiera en varias más. Eso era lo importante.

-¿Tú tampoco tienes papá? –le preguntó Pedro, mientras doblaban hacia una calle por la que pasaban los rieles del tranvía.

-No, no tengo… -y bajó la cabeza, entristecido. Luego de un momento, Esteban preguntó: -¿Y tú?

-Tampoco, ni papá ni mamá. –Pedro se encogió de hombros y apresuró el paso. Después inquirió descuidadamente:

-¿Y al que le dices “tío”?

-Ah… él vive con mi mamá, ha venido a Lima de chofer… -calló, pero enseguida dijo: -Mi papá murió cuando era chico…

-¡Ah, caray…! ¿Y tu “tío”, que tal te trata?

-Bien; no se mete conmigo para nada.

-¡Ah!

Habían llegado al lugar. Tras un portón se veía un patio más o menos grande, puertas, ventanas, y dos letreros que anunciaban revistas al por mayor.

-Ven, entra- le ordenó Pedro.

Estaban adentro. Desde el piso hasta el techo había revistas, y algunos chicos como ellos, dos mujeres y un hombre, estaban seleccionando lo que deseaban comprar. Pedro se dirigió a uno de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las contó y volvió a revisarlas.

-Paga.

Esteban vaciló un momento. Desprenderse del billete anaranjado era más desagradable de lo que había supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera necesario.

-Paga, -repitió Pedro, mostrándole las revistas a un hombre gordo que controlaba la venta.

-¿Es justo una libra?

-Sí, justo. Diez revistas a un sol cada una.

Oprimió el billete con desesperación, pero al fin terminó por extraerlo del bolsillo. Pedro se lo quitó rápidamente de la mano y lo entregó al hombre.

-Vamos. –dijo jalándolo.

Se instalaron en la Plaza San Martín, y alinearon las diez revistas en uno de los muros que circundan el jardín. Revistas, revistas señor, revistas señor, revistas, revistas-. Cada vez que una de las revistas desaparecía con el comprador. Esteban suspiraba aliviado. Quedaban seis revistas y pronto, de seguir, así las cosas, no habría de quedar ninguna.

-¿Qué te parece, ah? –preguntó Pedro, sonriendo con orgullo.

-Está bueno, está bueno… -y se sintió enormemente agradecido a su amigo y socio.

-Revistas, revistas, ¿no quiere un chiste, señor? –El hombre se detuvo y examinó las carátulas. - ¿Cuánto? -un sol cincuenta no más… -La mano del hombre quedó indecisa sobre dos revistas. ¿Cuál, cuál llevará? Al fin se decidió. –Cóbrese–. Y las monedas cayeron, tintineantes, al bolsillo de Pedro. Esteban se limitaba a observar, meditaba y sacaba sus conclusiones: una cosa era soñar, allá en Tarma, con una bestia de un millón de cabezas, y otra era estar en Lima, en el centro mismo del universo, absorbiendo y paladeando con fruición la vida.

Él era el socio capitalista y el negocio marchaba estupendamente bien. Revistas, revistas gritaba el socio industrial, y otra revista más que desaparecía en manos impacientes. ¡Apúrate con el vuelto!, exclama el comprador. Y todo el mundo caminaba a prisa, rápidamente. ¿Adónde van que se apuran tanto?, pensaba Esteban.

Bueno, bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable, aunque algo difícil de comprender. Eso no importaba; seguramente, con el tiempo, se acostumbraría. Era una magnífica bestia que estaba permitiendo que el billete de diez soles se multiplicara. Ahora ya no quedaban más que dos revistas sobre el muro. Dos nada más y ocho desparramándose por desconocidos e ignorados rincones de la bestia. Revistas, revistas chistes a sol cincuenta, chistes… Listo, ya no quedaba más que una revista y Pedro anunció que eran las cuatro y media.

-¡Caray, me muero de hambre, no he almorzado…! –prorrumpió luego.

-No, no he almorzado… -observó a posibles compradores entre las personas que pasaban, y después sugirió:

-¿Me podrías ir a comprar un pan o un bizcocho?

-Bueno –aceptó Esteban, inmediatamente.

Pedro sacó un sol de su bolsillo y explicó:

-Esto es de los dos cincuenta de mi ganancia, ¿ya?

-Sí, ya sé.

-¿Ves ese cine? –preguntó Pedro señalando a uno que quedaba en esquina. Esteban asintió-. Bueno, sigues por esa calle y a la mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses. Anda y cómprame un pan con jamón o tráeme un plátano y galletas, cualquier cosa, ¿ya Esteban?

-Ya.

Recibió el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la calle que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.

-Deme un pan con jamón –pidió a la muchacha que atendía.

Sacó un pan de la vitrina, lo envolvió en un papel y se lo entregó. Esteban puso la moneda sobre el mostrador.

-Vale un sol veinte –advirtió la muchacha.

-¡Un sol veinte! –devolvió el pan y quedó indeciso un instante. Luego se decidió: -Deme un sol de galletas, entonces.

Tenía el paquete de galletas en la mano y andaba lentamente. Pasó junto al cine y se detuvo a contemplar los atrayentes avisos. Miró a su gusto y, luego, prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro la revista que le quedaba?

Más tarde, cuando regresara a Junto al Cielo, lo haría feliz, absolutamente feliz. Pensó en ello, apresuró el paso, atravesó la calle, esperó que pasaran unos automóviles y llegó a la vereda. Veinte o treinta metros más allá había quedado Pedro. ¿O se habría confundido? Porque ya Pedro no estaba en ese lugar, ni en ningún otro. Llegó al sitio preciso y nada, ni Pedro, ni revista, ni quince soles, ni… ¿Cómo había podido perderse o desorientarse? Pero, ¿no era ahí, donde habían estado vendiendo las revistas? ¿Era o no era? Miró a su alrededor. Sí, en el jardín de atrás seguía la envoltura de un chocolate. El papel era amarillo con letras rojas y negras, y él lo había notado cuando se instalaron, hacía más de dos horas. Entonces, ¿no se había confundido? ¿Pedro, y los quince soles, y la revista?

Bueno, no era necesario asustarse, pensó. Seguramente se había demorado y Pedro lo estaba buscando. Eso tenía que haber sucedido, obligadamente. Pasaron los minutos. No, Pedro no había ido a buscarlo; ya estaría de regreso de ser así. Tal vez había ido con un comprador a conseguir cambio. Más y más minutos fueron quedando a sus espaldas. No, Pedro no había ido a buscar sencillo: ya estaría de regreso, de ser así. ¿Entonces?...

-Señor, ¿tiene hora? –le preguntó a un joven que pasaba.

-Sí, las cinco en punto.

Esteban bajó la vista, hundiéndola en la piel de la bestia y prefirió no pensar. Comprendió que, de hacerlo terminaría llorando y eso no podía ser. Él ya tenía diez años, y diez años no eran ni ocho ni nueve. ¡Eran diez años!

-¿Tiene hora, señorita?

-Sí –sonrió y dijo con una voz linda-: Las seis y diez –y se alejó presurosa.

-¿Y Pedro, y los quince soles, y la revista?--- ¿Dónde estaban, en qué lugar de la bestia con un millón de cabezas estaban?... Desgraciadamente no lo sabía y sólo quedaba la posibilidad de esperar y seguir esperando…

-¿Tiene hora, señor?

.Un cuarto para las siete.

-Gracias.

¿Entonces?... Entonces, ¿ya Pedro no iba a regresar?… ¿Ni Pedro, ni los quince soles, ni la revista iban a regresar entonces?... Decenas de letreros luminosos se habían encendido. Letreros luminosos que se pagaban y se volvían a encender; y más y más gente sobre la piel de la bestia. Y la gente caminaba con más prisa ahora. Rápido, rápido, apúrense, más rápido aún, más, más, hay que apurarse muchísimo más, apúrense más… Y Esteban permanecía inmóvil, recostado en el muro, con el paquete de galletas en la mano y con las esperanzas en el bolsillo de Pedro… Inmóvil, dominándose para no terminar en pleno llanto.

Entonces, ¿Pedro lo había engañado?... ¿Pedro, su amigo, le había robado el billete anaranjado?... ¿O no sería, más bien, la bestia con un millón de cabezas la causa de todo?... Y, ¿acaso no era Pedro parte integrante de la bestia?...

Sí y no. Pero ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desolado, se dirigió a tomar el tranvía.

 

 

 


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