10 diciembre 2021

JUGUETES DE CONSTRUCCION - CATALOGO - ESCUELA DE ARQUITECTURA MODERNA - JUAN NAVARRO BALDEWEG

 




A finales del siglo XIX Charles Martin Crandall, productor de equipamiento para críquet, regaló a sus hijas convalecientes de escarlatina un lote de tablitas de las que usaba en su fábrica para embalar los productos. 

Al ver el entusiasmo de las niñas, el médico que las atendía le pidió un primer ejemplar de aquel improvisado juguete y Crandall se convenció de que allí había una línea de negocio. Este es el origen de los Crandall Blocks, uno de los primeros juguetes de construcción que permitían ensamblar las piezas, no solo apilarlas. 

Y es que apilar, construir, edificar es –después de destruir, primera fase, todavía alvaje, de relación con el entorno– una de las primeras actividades en las que se afanan los niños, tal vez a la altura de hablar o caminar. Bastan unas tablitas o unas cajas de cartón para despertar al arquitecto que todos llevamos dentro. 

Y de eso trata esta exposición, de la evolución de los juguetes de construcción que comenzaron a comercializarse en el siglo XIX y de su relación con la arquitectura moderna. Le Corbusier, Gropius o Frank Lloyd Wright reconocieron la importancia de estos juegos en su formación. 

Y como señala el coleccionista Juan Bordes en el catálogo de la muestra, estos juguetes fueron registrando fielmente –y en un plazo sorprendentemente corto– los principales avances de la arquitectura más vanguardista, sirviéndole de formidable cauce de difusión y convirtiendo sus logros en, literalmente, un juego de niños.


Apilar, construir, edificar. Después de destruir –primera fase, todavía salvaje, incivilizada, de relación con el entorno–, construir es lo primero que hacen los niños. Con unas piedras, unas tablitas de madera o unas cajas de cartón. 

El impulso de levantar construcciones es tremendamente humano. Aunque no solo; pero para otra ocasión habrá que dejar las construcciones de las distintas especies de animales. Pues se trata aquí de construir, pero también de jugar, con todo lo que ello conlleva de investigación, invención, planificación, improvisación, imaginación, imitación, reflexión…

El CBA añade a su línea de exposiciones temáticas este maravilloso acercamiento a la historia de los juguetes de construcción, esos bloques, tubos y piezas de tan distintas formas, materiales y sistemas de ensamblaje que han acompañado tantas infancias ya desde principios del siglo xix.
Y muy especialmente la de tantos arquitectos, artistas, ingenieros y otros trabajadores de las formas y las estructuras. 

En efecto, la muestra Juguetes de construcción: escuela de la arquitectura moderna pretende no solo acercarnos al desarrollo de estos juguetes, de tan amplia y fecunda aplicación pedagógica, sino también abordar y clarificar la relación –de influencia muchas veces bidireccional– entre estos juguetes y la arquitectura.

A través de esta exposición y del presente catálogo, Juan Bordes, comisario de la muestra, nos abre la puerta a este universo infantil y lúdico que conviene tomarse muy en serio, mundo al que llegó no por nostalgia sino a través de su interés por la historia de la arquitectura. 










Una caja de cajas
JUAN NAVARRO BALDEWEG

Muchos de nuestros quehaceres vinculados a cualquier tipo de composición constructiva vienen acompañados por una caja de herramientas o un almacén auxiliar de productos materiales que sirven de ayuda a la mano o proporcionan partes para formar un todo complejo. 

Miramos con asombro y fascinación el frente ordenado de las ferreterías con sus cajas de tornillos, clavos y otras piezas menudas, o los cajones de anilinas y pigmentos de las droguerías; los hilos de la costurera y sus carretes de colores; las cintas de encaje de bolillos enrolladas en tubos de madera, que incitan al disfrute de su cuidadosa exposición y a pensar en el goce de su elaboración que supuso beatitud eterna como fue glosado por Rainer María Rilke en Los cuadernos de Malte Laurids Brigge. 

Pocas cosas hay tan placenteras como la impresión de maravilla que se experimenta al abrir una de esas grandes cajas de lápices de colores ordenados en gradación de tonos que forman un arco iris cuya disposición invita a deslizar la mirada una y otra vez sobre la superficie de sus apretados cuerpos de madera lacados en color; así como la caja del pintor con sus tubos de colores, las bandejas de cartulinas de textura y gramaje variable o las cajas de pastillas de las acuarelas.

La contemplación de estos almacenes de elementos asociados a la elaboración de entidades más complejas es cautivadora, es causa de una excitación característica porque anuncia un territorio de expectativas, una promesa de infinitud.

De modo parecido, todos hemos experimentado de niños con peculiar emoción el abrir por primera vez una caja de juegos de construcción. Su belleza era un gran regalo que se descubría al observar el conjunto de sus componentes en el cuidadoso orden de su empaquetado. 










Después del inicial asombro, el niño echa mano de las piezas contenidas en la caja, las extrae y las dispersa. Al hacerlo, destruye el encanto de su ordenado acoplamiento pero también, de pronto, experimenta la afirmación de una autonomía personal, siente su propio poder, su capricho.

Junto a la excitación de ese instante se pone en marcha la curiosidad y el desafío de construir, de disponer, a lo largo, ancho y alto, las piezas de su caja y erigir cuerpos en el espacio. A la vez, toma conciencia de la capacidad para hacer a su antojo, introducirse en procesos de creación y transformación, romper equilibrios en lo existente, desbaratar lo ordenado, en definitiva, insertarse a voluntad en lo que le rodea.

Estas cajas de construcción, sin duda, nos advierten de la variedad y riqueza de los elementos que constituyen el mundo físico en torno. Ahí están esos vehículos de materialidad, textura, color, que nos transportan al mundo que vemos por doquier. El niño lo sabe. El niño intuye que su casa, la ciudad y su caja de piezas de construcción forman continuidad y cuando mira alrededor, comprende que el mundo que acompaña su vida cotidiana es, en el fondo, un agregado de cosas semejante a lo atesorado en su caja. 

El niño interviene con sus piezas en ese mundo consolidado y en él las dispersa. Sitúa unas aquí y otras allá, en el suelo, sobre la mesa, en lo alto de un armario y luego combina estas piezas con otros de sus juguetes: pequeños coches, carritos
o las figurillas humanas o de animales para formar, todo junto, espaciosas instalaciones llenas de vida. 

La vocación de creador, de demiurgo, de arquitecto, es universal. En su habitación de niño, al manejar sus piezas de juguete, adquiere una conciencia de lo que significa lo temporal y lo transitorio porque en su acción hay inherente una condición de caducidad: sus imaginativos proyectos son alteraciones de lo existente para definir, aunque fugazmente, lo por venir.










Friedrich Froebel creó sus dones, sus cajas de obsequios, un material didáctico para párvulos: los elementos moleculares integrantes de las construcciones y los tejidos. Cualquier arquitecto descubre en esos dones de Froebel, como nos dejó dicho Frank Lloyd Wright, un germen de inspiración inagotable, una fuente de abstractos patrones formales. 

Pensamos al contemplar estas cajas infantiles en los quehaceres básicos, en el apilar, tallar, tejer de los adultos, algo parecido a lo realizado por el arquitecto y gran teórico alemán Gottfried Semper, un compatriota de Froebel no muy alejado en el tiempo. Semper ordenó conceptualmente, por materias y procesos materiales, los cuatro elementos que fundamentan el construir. En general, asociamos el medio artificial a un display de ingredientes naturales e industriales contenidos en la gran caja de construcción que usa cualquier arquitecto. 

Estos juegos de piezas de distintas sustancias –madera, cerámica, piedra artificial, plástico, plexiglás, formica, metales, en su color natural o en policromía artificial– pueden también hacernos recordar los objetos específicos del escultor neoyorquino Donald Judd. En su estado inerte, de descanso, esos componentes constructivos conducen nuestro pensamiento hacia las exposiciones de elementos materiales no manipulados que caracterizan el minimalismo.

Esta gran colección de cajas de construcción que el escultor Juan Bordes ha ido acopiando a lo largo del tiempo para satisfacer su muy profunda vocación didáctica es una caja de cajas. Su visión nos lleva a rememorar el cuadro de Jean Siméon Chardin La gobernanta en el que se puede ver a un niño aleccionado por una joven mujer en una escena doméstica en la que descubrimos en el suelo una reducida colección de juguetes. 

Tales juguetes ya aparecieron individualmente en otros cuadros del pintor francés con el tema de niños absortos en sus juegos. Los dones dispersos por el suelo de aquel cuarto, la raqueta, el volantín, los naipes, la mesa de juego, aluden, en el fondo, a experiencias de una Física fundamental: turbulencias de aire, gravedad, dinámica y estabilidad. Son los juguetes que le han ayudado a formar espontáneamente un incipiente y emocionado conocimiento del mundo físico. 

En aquella imagen de Chardin, el niño con sus libros escolares bajo el brazo va a salir de la casa, tal vez, para continuar jugando con los conocimientos rigurosos que le va a proporcionar la escuela infantil a la que acude. El momento representado en el cuadro se enmarca entre el mundo íntimo del juego y el mundo social exterior. La puerta de la habitación entreabierta y la mesa de juegos con su cajón también entreabierto parecen simbolizar esos dos ámbitos vitales.

El niño juega y al jugar tantea y manipula las fibras esenciales que constituyen el tapiz más complejo y rico de figuras que se extiende a su alrededor. Siente el poder de insertar algunas nuevas de su propia creación tejiendo los mismos hilos sin fin empleados por los adultos al anudar sus construcciones colectivas





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