15 septiembre 2010

CARTA AL PRESIDENTE DE ESTADOS UNIDOS - Jefe Seattle

En 1855, el jefe indio Seattle, de la tribu de los Duwamish, pronunció un discurso dirigido al hombre blanco en el que se expresa la filosofía de vida de su pueblo. Esta lección de ecología constituye uno de los mas bellos mensajes sobre la naturaleza jamás escritos.


"El gran Jefe de Washington nos envía un mensaje diciendo que desea comprar nuestra Tierra.
El Gran Jefe también nos envía palabras de amistad y de buena voluntad.
Es una señal amistosa por su parte, pues sabemos que no necesita nuestra amistad.

Pero vamos a considerar su oferta, porque sabemos que si no se la vendemos, quizá el hombre blanco venga con sus armas y se apodere de nuestra Tierra.
¿Cómo se puede comprar o vender el firmamento o el calor de la Tierra?
Si nosotros no somos dueños de la frescura del aire, ni del fulgor de las aguas. ¿Cómo podrían comprarlos?

Mis palabras son como las estrellas, nunca se extinguen. Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo, cada brillante aguja del abeto, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en el oscuro bosque, cada altozano, cada insecto que zumba es sagrado para la memoria y el sentir de mi pueblo.
La savia que circula por las venas de los árboles, trae consigo las memorias del Piel Roja.

Los muertos del hombre blanco olvidan la Tierra en que nacieron cuando emprenden sus paseos por las estrellas. Nuestros muertos nunca olvidan esta maravillosa Tierra, pues es la madre del Piel Roja. Nosotros somos una parte de la Tierra, y ella es una parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas, el venado, el caballo, la gran águila, son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, las húmedas praderas, el cuerpo ardoroso del potro y del hombre, todos pertenecemos a la misma familia.

Por eso cuando el Gran Jefe de Washington, nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestra Tierra, exige demasiado de nosotros. Dice que nos reservará un lugar en el que podamos vivir confortablemente entre nosotros. Él se convertirá en nuestro padre y nosotros en sus hijos. Por eso consideramos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros. 

El agua cristalina, que corre por arroyos y ríos, no es sólo agua, sino la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos nuestras tierras, deben recordar que es sagrada, y deben enseñar a sus hijos que es sagrada, y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuentan los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes.
El murmullo del agua es la voz de mis antepasados. Los ríos son nuestros hermanos, ellos apagan nuestra sed, llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos.

Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos -y también los suyos-, y que deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.
El Piel Roja siempre se ha apartado del exigente hombre blanco, igual que la niebla matinal en los montes cede ante el sol naciente. Pero las cenizas de nuestros antepasados, sus tumbas, son tierra santa, y por eso estas colinas, estos árboles, esta parte de la Tierra, nos es sagrada.

Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. Él no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, pues es un extraño que llega de noche y toma de la Tierra de lo necesita.
La Tierra no es su hermana, sino su enemiga, y cuando la ha conquistado, sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Él secuestra la Tierra de sus hijos, y no le importa nada.

Tanto las tumbas de sus padres, como el patrimonio de sus hijos son olvidados.
Trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el Firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se pueden vender, como ovejas o cuentas de colores.
Su apetito devorará la tierra y no dejará nada, sólo un desierto. No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes.

La sola vista de sus ciudades apena los ojos del Piel Roja. Pero quizá sea porque el Piel Roja es un salvaje y no comprende nada.
No existe un lugar tranquilo en las ciudades del Hombre Blanco, no hay ningún lugar donde se pueda oír crecer las hojas en primavera o el zumbido de los insectos. Pero quizá es porque yo sólo soy un salvaje, y no entiendo nada.

La ruido sólo parece insultar a nuestros oídos. Y, después de todo: ¿Qué es la vida si no se puede oír el grito solitario del chotacabras, o las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un lago?
Yo soy un Piel Roja y nada entiendo.

Nosotros podemos sentir el suave susurro del viento, que sopla sobre la superficie de un estanque, y el olor del viento purificado por la lluvia matinal, o perfumado con la fragancia de los pinos.

El aire tiene un valor inestimable para el Piel Roja, pues todos los seres comparten un mismo aliento: la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire.

El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante varios días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestra Tierra deben recordar que el aire nos es inestimable; que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, recibe también sus últimos suspiros. Y el viento también insuflará a nuestros hijos la vida. Y si les vendemos nuestra Tierra, tendrían que cuidarla como un tesoro, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento que sopla suavemente sobre las flores de la pradera. Yo soy un salvaje, y es así como entiendo las cosas.

Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla yo pondré una condición: el Hombre Blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos. Yo soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha.

Yo soy un salvaje y no puedo comprender cómo el caballo de hierro que echa humo, es más importante que el búfalo, al que nosotros sólo matamos para sobrevivir.

¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos los animales desapareciesen el hombre también moriría, por la gran soledad de su espíritu, porque lo que les suceda a los animales, también le sucederá a los hombres. Todo va enlazado.
Deben enseñar a sus hijos que el suelo que está bajo sus pies son las cenizas de nuestros antepasados.

Inculquen a sus hijos que la Tierra está enriquecida con las vidas de nuestros antepasados. Enseñen a sus hijos lo que nosotros enseñamos a los nuestros: que la Tierra es nuestra madre.

Lo que le ocurra a la Tierra, le ocurrirá también a los hijos de la Tierra. Cuando los hombres escupen a la Tierra, se están escupiendo a sí mismos.
Esto sabemos: la Tierra no pertenece al hombre, el hombre pertenece a la Tierra. Eso lo sabemos muy bien. Todo está enlazado, como la sangre que une a una misma familia. Todo va enlazado.

Todo lo que le ocurra a la Tierra, le ocurrirá también a los hijos de la Tierra.
El hombre no tejió la trama de la vida, sólo es un hilo. Lo que hace a esa trama, se lo hace a sí mismo.

Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo, queda exento del destino común. Después de todo quizá seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el Hombre Blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que Él les pertenece, lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan, pero no es así. Él es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el Piel Roja y el Hombre Blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él y si se daña se provocaría la ira del Creador. También los blancos se extinguirán, quizá antes que las demás tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos. 

Pero ustedes caminarán hacia su destrucción rodeados de gloria, inspirados por la fuerza del Dios que los trajo a esta tierra y que, por algún designio especial, les dio dominio sobre ella y sobre el Piel Roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.

¿Dónde está el matorral? Destruido.
¿Dónde está el águila? Desapareció.
Termina la vida y empieza la supervivencia. "

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