En los límites de Surco se extiende una inmensa área verde que, sin pretenderlo y casi por casualidad, representa el ideal de parque urbano que una metrópolis como la nuestra debe poseer.
Son un poco más de las cuatro de la tarde y Wilmar Iribarren pasea tranquilamente con sus hijos Ryan y Annie. El pequeño de siete años corretea detrás de una pelota esquivando velozmente a contrincantes imaginarios. La chiquitita ensaya sus tambaleantes primeros pasos.
Ambos corren y caminan sobre el césped del parque que tienen frente a su casa: una vasta explanada verde que se extiende desde el cruce de las avenidas Próceres y Paseo de la República, en Surco, hasta casi tocar la Panamericana Sur. Un área rectangular de más o menos 1.500 metros cuadrados, cercada en uno de sus contornos por árboles colocados en hileras, que en algunas zonas produce el efecto de efímero bosque.
Wilmar dice que es afortunado de tener esa alfombra verde frente a su casa. Un espacio que su hijo y sus amigos utilizan para practicar béisbol algunas tardes y que él mismo usa para correr por las mañanas.
–Es como si fuera mi jardín, pero a lo grande, dice Wilmar.
–¿Sabes cuál es el nombre del parque?
–Uhhhmmm… no lo sé. Nunca me lo he preguntado, responde.
Este parque no tiene nombre. Ni siquiera está considerado entre los 35 parques identificados en el directorio de parques y jardines de la Municipalidad de Surco. Para el arquitecto y urbanista Wiley Ludeña, este es sin duda el mejor parque de Lima, porque precisamente no ha sido diseñado como tal.
Ludeña dice que este lugar representa el mejor ejemplo de “verde social”, donde lo “menos es más”; donde a menor equipamiento, máximo potencial social. Y es la gente, con el uso y apropiación del espacio, la que le da sentido y contenido.
Cada día, pero sobre todo los fines de semana, este lugar es tomado por decenas de personas que lo usan para jugar, caminar sobre el césped o sentarse a descansar.
Un espectáculo de convivencia ciudadana en un sitio que encaja en la categoría de parque urbano y sigue la tradición europea del eco paisajismo, en la que lo importante es la re naturalización de la ciudad y la manipulación mínima de la naturaleza.
Ludeña prefiere catalogarlo de una forma más peruana. Él la llama “pampa urbana”.
Mistura andina y europea
Wiley Ludeña, autor del estudio titulado “Lima y espacios públicos”, publicado recientemente, dice que la pampa urbana es el tipo de parque que Lima necesita.
“Cuando en la sierra dicen 'vamos a la pampa', se refieren a esa explanada verde, a veces cercana a un río, donde no hay esculturas de héroes que nunca ganan guerras, imágenes religiosas o bancas por todos lados. Paradójicamente eso es muy parecido a lo que son los parques europeos: enormes llanuras de verde donde la gente se saca los zapatos y camina descalza, se echa a dormir, juega y hace deporte”, dice el urbanista.
Carlos Montero Salazar es entrenador del equipo de fútbol Cosmos Internacional, de Surquillo. Tres veces por semana llega hasta la pampa urbana de Los Próceres –como la ha bautizado Ludeña– junto con sus pupilos para hacer trabajo físico y así ahorrarse los 120 soles del alquiler de una cancha. Pero además él mismo, los fines de semana, viene hasta este lugar junto con su familia para pasar la tarde desde la vecina San Juan de Miraflores. “Así nomás no hay un parque como este”, dice el entrenador.
El tema, según Ludeña, radica en que los peruanos y limeños tenemos el chip de que el único verde de la ciudad tiene que ser el manipulado artísticamente, y el mejor parque es el que está híper diseñado, con arbustos y árboles podados milimétricamente, enrejado, con letreros que dicen "prohibido pisar el césped".
El Parque de la Reserva, hoy convertido en escenario del Circuito Mágico de las Aguas, sería un ejemplo de lo definido por el urbanista. Un lugar que convierte al ciudadano en un consumidor de espectáculos y lo aleja de ser un usuario anónimo, sereno, que necesita disminuir el estrés como habitante de una urbe como la nuestra.
Este modelo se inspira en el concepto del verde artístico colonial derivado de la tradición ítalo-ibérica-musulmana en la que a menos verde más civilización. Eso se trasladó al trazado de la Lima colonial, con plazas y parques de ejes peatonales que van de un extremo a otro y al centro una pileta. Sumándole a esto el miedo barroco al vacío y el dominio de la naturaleza.
Y precisamente espacios que rompieron con este ideal, como la republicana Pampa de Amancaes del Rímac, el Parque Matamula o el original Parque de la Exposición, hoy han desaparecido o se les ha cambiado de sentido.
El arquitecto identifica algunas áreas verdes que, por su envergadura, se acercan a ese ideal de pampa urbana: los parques cementerio y parte de los acantilados miraflorinos. Los primeros, por su naturaleza, no son utilizados como un espacio público, mientras los segundos, por suerte, están allí conciliando con la infinitud del mar y quizá sean las únicas áreas verdes en las que no se prohíbe pisar el pasto.
Un modelo a seguir
Antes de irse a trabajar, la señora Elba, vecina de la pampa urbana de Surco, hace deporte en el lugar. Corre veinte minutos y finaliza con otros quince de ejercicios aeróbicos. Elba dice que el sitio es ideal no solo por su tranquilidad. También porque hay una convivencia amistosa con los otros corredores.
Wiley Ludeña dice que lo que se pone de manifiesto en la pampa urbana son esos valores que hacen posible que personas extrañas entre sí se saluden, se vean y convivan. Él los llama los “valores de lo público”, y es lo opuesto a ese mundo de la cultura autista de vivir en parques guetos y condomizados, espacios contemplativos de la realidad donde el usuario vive atemorizado por cometer algún tipo de estropicio en esa maqueta bien cuidada, y que generan una percepción errónea de lo que es espacio público.
En “Lima y espacios públicos” figura una encuesta reveladora. Ante la pregunta ¿considera los parques un espacio público?, el 62,8% de los entrevistados en el 2010 dijo que sí lo eran, mientras que en el 2011 esa misma respuesta la dio solo el 44% de los encuestados.
Artículo publicado en el Diario La República |
Por eso –afirma el arquitecto– la gran tarea pendiente del urbanismo contemporáneo es incentivar el proceso de la re naturalización de las metrópolis, y así como tenemos nuestros parques de urbanización cuidados y vigilados, en Europa, por ejemplo, está proscrita la poda; lo esencial es que lo verde crezca de manera natural. En ese sentido, hay algunos parques como el del zoológico de Huachipa o la Loma Amarilla, también en Surco, que no son una pampa urbana pero están en sintonía con esta.
Guardando las distancias, si comparamos una instantánea de un día cualquiera en el Vondelpark de Ámsterdam o en el Tiergarten de Berlín con una escena cotidiana de la pampa urbana de Surco, no hay gran diferencia en lo que se refiere al uso del espacio.
Wilmar Iribarren cuenta que ha vivido varios años en Madrid y más de una vez se ha sentido de vuelta en el Parque del Retiro.
“Hay mucha gente que viene a correr aquí. De no existir este pulmón verde, los niños tendrían que buscar otros lugares para jugar. Ryan seguro estaría destrozándome la casa”, dice Wilmar.
Lo trágico del hallazgo de esta pampa urbana es que el terreno está exactamente sobre lo que será la prolongación de la Vía Expresa.
Un proyecto que tiene previsto comenzar obras el próximo año. Por ello, Ludeña insiste en el imperativo de pensar en el desarrollo de áreas verdes en Lima bajo el concepto de pampa urbana, de parque urbano, de ese parque que es para todos y para todo. Espacios verdes como este ayudan a mejorar la salud física y el bienestar mental de quienes vivimos en las ciudades. Y Lima, como metrópoli, necesita no una sino decenas de pampas urbanas.
Vista aérea de la pampa urbana de Surco
Fotografía: Carlos Lora. (primera foto)
Publicado en el Diario La República Suplemento Domingo página 25 el día 31/3/2013
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