Dedicado al barrio de San Cosme en La Victoria; donde nací y pasé la más hermosa infancia
Resumen
En este ensayo intentamos, además
de acercarnos al análisis literario de un reconocido cuento, reconocer el
mensaje social que encierra esta obra en concordancia con la imagen de la
ciudad de Lima de mediados del siglo XX, el contraste de los edificios y el
mensaje de una nueva arquitectura que aparece en el paisaje urbano y, principalmente,
como se muestra a los ojos de sus personajes.
La libertad interpretativa del
lector es importante en la literatura, pero también lo es el acercamiento al
contexto en el cual se crea y recrea la obra ficticia, más aún si su intención
es el reconocimiento al realismo hacia el cual apuntan obras de este género; los
referentes formales y sociales que señalaremos, de esta manera, tienen como
objetivo enriquecer la lectura.
Queremos advertir finalmente que los
alcances de nuestras disquisiciones únicamente pretenden esclarecer algunos
escenarios y momentos para ayudarnos a disfrutar de nuestra lectura, una de las
muchas que pueden existir y que, sin duda, acontecen en el buen lector cuando
aborda la obra de nuestro reconocido escritor.
1.
Introducción
Enrique Congrains Martin, quien
nació en Lima en 1932, fue un escritor singular en su producción y trayectoria
profesional; desde el aspecto narrativo su obra, casi juvenil, Lima, hora cero, es considerada en el
Perú una de las más importantes del siglo XX y apertura una manera de escribir
que se compromete con un nuevo carácter social y urbano; entre otras obras
suyas también se destacan Kikuyo (1955) y la novela No una, sino
muchas muertes (1957). También es justo mencionar que Congrains efectuó una
valorable labor editorial enfocada a la difusión y alcance popular de los
libros siendo además un gran viajero. Finalmente, Enrique Congrains fallecerá
en el 2009, en Cochabamba, Bolivia, no sin antes haber publicado (luego de un
prolongado silencio literario) El narrador de historias (2008) y 999
palabras para el planeta tierra (2009).
Para nuestro interés creemos que el
joven Enrique Congrains alcanza a ser el espectador de una Lima cambiante, de una
ciudad que ya se articuló urbanísticamente con el Callao y Miraflores, pero que
también extiende nuevas avenidas y construye edificios mucho más altos con
nuevas tecnologías. Creemos también que observa la capacidad destructiva del
terremoto de 1940, conoce la sensibilidad del indigenismo, ve el apogeo y caída
del estilo neocolonial y, la crítica que implica su uso y abuso por parte de la
aristocracia (o de los que querían asociarse a ella), disfruta de la
popularidad del cine y del teatro antes de la aparición de la televisión, etc.,
es pues un ciudadano que presencia grandes cambios en ciencia y tecnología;
pero también, y principalmente, Congrains pudo observar el inicio del
advenimiento masivo de poblaciones del interior del país hacia Lima, de esta
manera es testigo del inicio de las barriadas con todas las implicancias
sociales que nos alcanzan incluso hoy en día.
2.
El contexto
El
contexto Literario
¿Qué significado alcanza la obra
literaria de esta generación y en especial la de Congrains?
En la literatura peruana la llamada
Generación
del 50 [2]
fue una de las más prolíficas y revolucionarias, si se considera la
originalidad y trascendencia de su significado social; diversos contextos de la
sociedad peruana inmersos principalmente en nuevos escenarios urbanos se
presentaban con crudeza, de la misma forma aparecen personajes cargados de una
sensibilidad y riqueza interior antes no distinguidos. La Generación del 50
aborda lo que Sánchez llama Novela
de la urbe; la cual “Localiza sus escenas en el suburbio y escogen
como héroe al proletariado urbano, el lumpen
proletariat de las “barriadas”, o sea los barrios marginales de las grandes
ciudades… en realidad, la aparición del suburbio resulta tardía, pero
conmovedora”. (Sánchez 1966, tomo V; 1644); esta forma de escribir también será
llamada Prosa de ficción
o neo-realismo (Tamayo 1968: 1119); se ha ubicado a
Enrique Congrains dentro de esta tendencia pues en sus obras se
“…ha abandonado el campo y el tema campesino, para
enfocar los de la urbe, donde se descubre una cantera inexhausta y
posibilidades humanas y sociales sin precedentes. … emplazada en las viviendas
infrahumanas, en medio de la promiscuidad insoslayable y bajo la advocación de
la miseria y la delincuencia que aterra sin remisión ni esperanza. (Arriola
1968: 127)
Los escritores avocados a esta
preocupación, además del propio Congrains, a Carlos Zavaleta, Eleodoro Vargas
Vicuña y Francisco Izquierdo Ríos, también podemos señalar, a Reynoso y Vargas
Llosa. Estos autores poseen una personalidad y carácter particular: “…cuentan
entonces entre 15 y 25 años. Han crecido palpando esa inconsolable tristeza,
heridos de tan irrestañable llaga. (Sánchez, 1966, Tomo V: 1647-48) Al interés
por la ciudad se suma entonces el interés por este sector poblacional que son
los identificados como “desclasados”:
“Se debe señalar que, del conglomerado de
clases sociales reunidas en la ciudad, los narradores dedican preferentemente
su atención a dos: el lumpen y la clase media. En un primer momento, representados
por Congrains y Ribeyro, la población marginal, los desclasados, aparecen
principalmente en el relato urbano; esto resulta natural porque estos
desclasados, sin empleo o subempleo habían cambiado la faz de la ciudad y
habían hecho surgir problemas que, por su novedad y por su agudeza, concitaron
la atención de los escritores, de los intelectuales” (Delgado 1984:148)
En el caso de Congrains se subraya su vocación
“…neo-relista, acaso porque se sitúa como una renovación de la postura
extrema del realismo, la del Naturalismo (de ahí que podría calificárselo de
neo-naturalista, para distinguirlo del pincel matizado y complejo de Ribeyro y
Zavaleta)” (González Vigil 1991: 511)
La narrativa de Congrains en esta
temprana etapa de su vida como escritor (y durante mucho tiempo casi la única
registrada) fue valorada rápidamente por “… la audacia de acercarse a tanto
desamparo (Sánchez, 1966, Tomo V: 1647-48); pero también se le ha considerado porque
“… terminó con el indigenismo convertido
en folklore y abrió el capítulo de la novela de la ciudad… lo muestran en el
mismo camino de una ciudad descompuesta por el crecimiento social, por la
sociedad de las masas que irrumpe con sus problemas de urbe en la entonces
ciudad pueblerina y otro tanto capital colonial… Comerciantes minoristas,
pandilleros, barrios marginales, todo eso forma parte de la prosa de Congrains
que aún parece no ha encontrado su definitiva estabilidad narrativa. (Tamayo
1968: 1119).
En su obra, Lima, hora cero (1954), los cuatro cuentos que la componen,
reflejan claramente estos nuevos escenarios y la profundidad sicológica de sus
habitantes; de esta obra (aunque señalada con deficiencias estilísticas por
críticos como Oviedo, Castro Arenas, Tamayo Vargas, etc.), se destaca
claramente el cuento que analizamos como un texto estructurado, verdadero y
profundo: El niño de junto al cielo, y dentro de esta obra el logrado
personaje de Esteban. Para González Vigil, este cuento
“… se salva del esquematismo y estridentismo de Lima, hora cero, con
un hondo retrato psicológico del personaje y su “ilusión perdida” ante una
Lima-Cielo que se le revela Lima-Infierno. Súmese a ello que “El niño de junto
al cielo” puede simbolizar el paso del predominio de la narrativa indigenista
(con marco andino) al predominio de la narrativa urbana: al igual que la
migración creciente a la capital y las ciudades de la Costa, y todo lo que
implica de ingreso a un sistema social alienante, el grueso de las narraciones
peruanas migrará en los años 50 al marco urbano.” (González Vigil 1991. 512)
Mención aparte merece el cuidado del lenguaje que Congrains otorga en el
habla común de sus personajes, pues tiene:
“…el tino de descender a lo bajo sin rebajarse, de reflejar ambientes duros
sin endurecerse, de retratar lo sucio sin ensuciarse. No es de los que para
producir efectos neorrealistas tiene que apelar a interjecciones innecesarias.”
(Arriola 1968: 128)
El
contexto social
¿Qué sucedía en Lima en la primera
mitad de la década de los cincuenta? Podemos articular un escenario a partir de
algunas imágenes agrupadas en dos dimensiones: lo social y lo arquitectónico
(lo que incluye la ciudad y sus edificios) y así acercarnos al contexto real en
el que se desarrolla nuestro relato.
Aunque políticamente existía cierta
estabilidad proveniente de una dictadura militar, la del General Manuel Arturo
Odría, el llamado Ochenio proyectó al principio (como toda dictadura
parece hacer) un fuerte compromiso hacia las clases populares respaldado en la
fuerza de las imágenes de las instituciones estatales, para esto se apoyó por
ejemplo en la construcción de gigantescos edificios como el Ministerio de
Educación (1948-1956)) o el Estadio Nacional (1951). Es pertinente mencionar
que algunos arquitectos encontraron espacio en la oficialidad de estos proyectos
para diseñar siguiendo las ideas modernistas, los conceptos de higiene y la
limpieza geométrica de los espacios:
“A principios de los años cincuenta, bajo
el gobierno de Odría, Santiago Agurto diseñaría las agrupaciones de vivienda de
Barboncito, Risso y San Eugenio… en 1948 había diseñado el Complejo de Angamos
de Miraflores y de 1953 sería la unidad vecinal de Matute” (Martucelli 2000:
139).
Otros edificios importantes de esta
década fueron:
“… la sede de la Facultad de Arquitectura
de la U.N.I. (1951) de Mario Bianco… el edificio Atlas (1954) de José Álvarez
Calderón y Walter Weberhoffer, el edificio El Pacífico (1957) de Fernando de
Osma, ambos con aires de la arquitectura moderna brasilera, a la que desde un
principio los arquitectos modernos del Perú dirigieron su mirada. En la línea
de Mies y en el uso del muro cortina están el edificio de radio El Sol (1954)
de Miró Quesada, el Hotel Savoy (1957) de Bianco y el Edificio Suizo-Peruano de
Cron. Proyectos de Seoane de esta época son el Ministerio de Educación
(1951-1956) el edificio más alto de Lima hasta l construcción de la torre del
Centro Cívico…” (Martucelli 2000: 140)
Pero lo característico de estos
años son, como apuntamos, los grandes conjuntos habitacionales que
descentralizaban relativamente el centro de la capital: comenzando por la
emblemática Unidad Vecinal N°3, el Agrupamiento Alexander, Mirones, etc., todos
pensados en las familias de clase media que reclamaban un hogar digno y
autosuficiente dentro de su ciudad. En fin, todos estos edificios se
presentaban con un novísimo lenguaje moderno, ordenado y sólido; sin embargo,
al tiempo que se realizaban estos grandes proyectos existían otras zonas de la
ciudad en donde surgían edificaciones precarias y espontáneas producto de una
innegable realidad, la necesidad de un espacio para vivir, en la imagen urbana
este requerimiento se traduce en las barriadas; esta arquitectura, la que aparece
en lugares negados e “ilegales”, estos espacios marginales de fronteras casi
indefinibles, son los lugares que interesan a Congrains y, probablemente, identifica
como Junto al cielo y son los que ahora nos ocupa.
Foto aérea
Lima
y las barriadas
Uno de los fenómenos sociales más trascendentes
durante el siglo XX fue la migración de la población provinciana hacia las
grandes ciudades, esto conllevó, entre otras cosas, un impacto espiritual del
ser poblador ante su nuevo entorno; este fenómeno migratorio claramente se
evidencia en el surgimiento de las llamadas barriadas[3]
representadas emblemáticamente por la de San Cosme, temprana posesión por
la fuerza de un elemento del paisaje (un cerro) dentro de una propiedad privada
(una hacienda); Esta barriada, además de su carácter histórico, posee una
continuidad y supervivencia casi tangible en sus pobladores hasta el día de
hoy. Los primeros pobladores que decidieron su invasión fueron:
“… los trabajadores del nuevo Mercado
Mayorista y Minorista de La Parada. Vivanderas, vendedores de cajones y
canastas, ambulante y cargadores buscaron un lugar cercano a su centro laboral,
a un costado de la avenida San Pablo, para vivir. (Orrego 2013: 39).
De esta manera, la necesidad
económica pasó a ser un detonante para el establecimiento de esta, y otras
barriadas cercanas, en esta parte de la ciudad:
“La inauguración, en 1945, del mercado
mayorista de La Parada, al este de Lima, desencadena una nueva ola de formación
de barriadas que comienza en 1946 con la invasión de las laderas del cerro San
Cosme, seguida unos meses más tarde por la de San Pedro y en 1947 por la de El
Agustino.” (Driant 1991: 47)
El Cerro San Cosme fue “tomado” en
1946, el:
“24 de setiembre, día de la Virgen de las
Mercedes, se produjo la primera invasión del cerro. Alrededor de las diez de la
mañana, unas 120 personas, cada una provista de herramientas, palos, esteras,
etc., lo escalaron con el objeto de instalar las primeras viviendas
provisionales.” (Matos 1977: 69)
Gran parte del valle de Lima era
propiedad de hacendados que aún explotaban agrícolamente el territorio
alrededor de la ciudad consolidada. A inicios de la década del cincuenta la
crisis económica y social hizo que existieran enfrentamientos de las clases
obreras populares y algunas empresas agrícolas. La primera barriada que ocupa
el espacio privado y simboliza este fenómeno es, como mencionamos, la barriada
de San Cosme; se ocuparon las laderas norte y oeste del pequeño cerro al que
debe el nombre y que se emplazaba en los terrenos de la Hacienda Cánepa. Según
Matos (1977: 68-77) a la barriada de San Cosme le seguirá la de El Agustino,
como secuela de la misma, en 1947 (al menos en las partes bajas de algunos
sectores, San Pedro, por ejemplo; de esta manera el momento emergente de las
primeras casas se encontraba en vigencia). Diez años después del inicio de su
ocupación, el cerro San Cosme en 1957 “… cuenta con una población de 3,674
habitantes, distribuidos en 1,120 familias” (Matos 1977: 77), es entonces ya
una barriada poblada y sin duda dinámica. Todos estos hechos siempre eran
efectuados subrepticiamente y acarreaban enfrentamientos con los propietarios,
en el caso del Agustino, por ejemplo:
“…se desenvolvía un conflicto legal entre
yanaconas y subarrendatarios del fundo El Agustino con su propietaria Isabel
Panizo vda. De Riva Agüero, quien pretendía desalojarlos luego de cancelar los
contratos de arrendamiento con los conductores asiáticos, aduciendo no tener
ningún compromiso con dichos campesinos.” (Matos 1977: 77)
Aún sí las casas aumentaban de tal
forma que en las partes bajas del cerro El Agustino hacia 1957 (Matos 1977: 77)
ya existía una población de 7,862 habitantes distribuidas en las siguientes barriadas:
-San Pedro, producto de una
invasión el 15 de abril de 1947 (Matos: 177: 77) sobre uno de los espolones del
cerro; secuela de la invasión a San Cosme.
-Santa Clara de la Bella Luz como
ampliación de la invasión anterior y desde el 12 de agosto de 1947.
-El Agustino producto de una
invasión violenta en setiembre de 1947. Este hecho motivó una represión y
encarcelamiento de sus dirigentes.
-Doña Isabel, originada en 1953 a
la derecha del barrio de El Agustino.
-Independiente, originada en 1954 a
partir de su separación de la anterior.
Es necesario aclarar que las
relaciones entre los propietarios y la gente que ocupa las barriadas tuvieron
muchas veces intereses políticos matizados de diplomacia paternalista, esto se
ejemplifica en la actitud del presidente Manuel Odría y su esposa María, por
esto muchas barriadas que eran objeto de acciones caritativas de doña María
fueron bautizadas con su nombre, aunque nunca fueron legalmente tituladas.
Finalmente:
“…Odría demostró que el gobierno podía
apoyar activamente la formación de barriadas… como un medio de obtener apoyo
político… fomentando un patrón autoritario de lazos informales, paternalista
que, más que a intensificar, tendían a oscurecer la identificación de clase”
(Collier 1978: 76-77).
Las
casas de junto al cielo
Las probables casas que podríamos
denominar casas de junto al cielo serían las chozas de esteras u otros
materiales livianos que ocupaban las partes altas del cerro, éstas se emplazaban
a la vera de los caminos de ascensión que se pueden apreciar en las fotos
aéreas de 1944 - 1957 (Figura 1, 2, 3 y 4) y, de acuerdo a este patrón éstas habrían
establecido su frente principal hacia los mismos y la proporción del lote se
habría definido en virtud a la topografía de cada sección. Por lo menos diez
años después se habría consolidado en adobe o ladrillo edificios de un solo
piso con un frente único, sin retiro, vano central de ingreso y a veces dos
ventanas laterales. Con excepción de unas pocas viviendas que se diseñarán
limitadamente con rasgos misión o art decó, la mayoría presenta un diseño
sencillo simétrico y según algunos antiguos videos o fotografías de colores
claros o simplemente sin pintar.
Posteriormente a la década del cincuenta
comenzarán a aparecer algunos elementos decorativos como son los símbolos
geométricos que ocupan los paneles ciegos de la fachada, casi siempre
flanqueando la entrada o, en todo caso, las ventanas del segundo piso;
Es evidente que la vivienda de Esteban
sería una humilde choza, así lo señala un fragmento del cuento en donde además
se explica la distribución de casas:
“El auto los dejó al pie de un cerro.
Casas junto al cerro, casas en mitad del cerro, casas en la cumbre del cerro.
Habían subido y una vez arriba, junto a la choza que había levantado su tío…”
Una fotografía de un reportaje de
1970 deja evidencia de la existencia de estas chozas (figura 6). Junto al
cielo era entonces un lugar de chozas; actualmente aún existen
edificaciones de adobe y ladrillo, pero la mayoría han logrado consolidar
(precariamente) 3 a 4 pisos, incluso hasta 7 pisos (figura 13) sobre las
estrechas calles sin retiro ni áreas verdes en la parte superior del cerro.
3.
El cuento
La ruta
de Esteban (fragmentos de la ruta)
El relato se desenvuelve básicamente
tres espacios diferentes: Junto al cielo (o el lugar en donde Esteban
vivía, el cerro El Agustino), los alrededores del Mercado Mayorista, en donde
conoce a Pedro y, la Plaza San Martín y sus alrededores (en donde hacen su
negocio de revistas); entre estos espacios existen unas fronteras difusas que
son superadas caminando o con auxilio del tranvía. Es pues una narración que
vincula tres espacios muy distintos y que nos brinda tres imágenes distintas de
Lima y que, en la década de los cincuenta durante el cual se circunscribe el
relato, resulta muy real y contundente.
Por otro lado, el hilo conductor
narrativo que nos presenta la ciudad es la “expedición” que realiza Esteban al
interior de la Bestia de un millón de cabezas, que es como él identifica
simbólicamente a la ciudad de Lima.
El tiempo es también importante en
la secuencia narrativa, aunque el hallazgo del billete de diez soles funciona
como detonante para una aceleración del mismo y prácticamente todo se desarrolla
en una sola jornada cuyo itinerario se desenvuelve aceleradamente desde la
mañana hasta el anochecer.
La ruta de Esteban comienza con su
descenso desde junto al cielo hacia la ciudad, es decir implica un
acercamiento a la realidad mundana. El primer lugar o espacio importante es donde acontece
el hecho, casi milagroso, del hallazgo del billete de diez soles. ¿En dónde
encontró el billete? El relato menciona que existía un “… sendero, rumbo a los
edificios que se veían más allá de ese cerro cubierto de casas… cruzó la pista
y se internó en un terreno salpicado de basuras, desperdicios de albañilería y
excrementos…” Posteriormente en el relato, cuando iba al encuentro de su amigo
Pedro, Esteban parece volver a pasar por este lugar: “…Bajó
por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo en el borde de la
carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la mañana,
el billete de diez soles.”
Nos encontramos ante un límite en
la cosmovisión del niño: un sendero frente a un canal y, más contundentemente
una carretera. Un lugar de encuentro. Es un primer lugar mágico, después de él,
desperdicios y basura, anticipo de lo que significa la ciudad. Siguiendo
algunas fotos antiguas (figura 7, 8 y 9) podemos identificar cierta similitud
con la actual avenida 28 de Julio como la carretera y corroboramos la presencia
de un canal con un puente, además de las áreas de desmonte. Este tramo inicial
es fidedigno.
Hacia el sur del cerro y luego de
la carretera el territorio que seguía (en la década del cincuenta) era una
franja de chacras cercadas (figuras 1 y 3), la única forma de cruzarlas hacia
el Mercado Mayorista era por el actual Pasaje Margarita Vargas, prolongación
que baja del mismo cerro San Cosme y que lleva el nombre de una de las heroínas
de la invasión original: “…llegó
a una calle y desde allí divisó el famoso mercado, el Mayorista, del que tanto
había oído hablar”. En este punto habría alcanzado la avenida Bolívar, actual Jaime
Bauzate y Meza en su cuadra 22 y, desde allí comenzó a caminar hacia el oeste: “Siguió
el sendero, rumbo a los edificios que se veían más allá de ese cerro cubierto
de casas… los edificios de tres y cuatro pisos”. Pensamos que este cerro
cubierto de casas pudiera ser el mismo cerro San Cosme, ya casi
completamente ocupado en la década del cincuenta; por otro lado, los edificios
de cuatro pisos ya existían en la actual avenida Bauzate y Meza cuadra 17,
frente al Mercado Mayorista, y uno de estos sería el edificio San José, de
rasgos academicistas tardíos construido entre 1945 y 1949 (figura 15 y 16); los
otros no tendrían tan claramente esta impronta estilística pero también fueron
diseñados con líneas historicistas tardías en plena decadencia.
Sin duda el referente espacial más
importante fue el lugar del encuentro entre Esteban y Pedro (frente al Mercado
Mayorista), este es sin duda la mencionada avenida Bauzate y Meza, pues cuando
Pedro le pregunta a Esteban de donde viene éste le señala hacia el este, hacia
donde se encuentran los cerros, por esta razón Pedro inicialmente asume el
cerro más cercano: San Cosme:
-De
allá, del cerro- y Esteban señaló en la dirección en que había venido.
-¿San
Cosme?
Esteban
meneó la cabeza, negativamente.
-¿Del
Agustino?
-¡Sí,
de ahí! –exclamó sonriendo.
Una pauta espacial es posterior, luego
de caminar y encontrar la carretera, quizás la actual avenida o Estación Grau;
es una posibilidad:
Habían
dejado atrás el mercado y estaban junto a la carretera. A medio kilómetro de
distancia se alzaba el cerro El Agustino, el barrio de Junto al Cielo
Otro espacio importante es donde
toman el tranvía hacia la Plaza San Martín; el lugar parece una terminal en un
gran parque, quizás el Manco Cápac u otro que pudiera tener conexión con
tranvías hacia el centro, pero aun así la probable ruta del tranvía desde La
Victoria hasta la Plaza San Martín la desconocemos, aunque existía el paradero
final en la céntrica plaza no tenemos noticia de donde podrían tomarlo, por lo
que este espacio podría obviarse como una licencia literaria con el fin de no
interrumpir la dinámica secuencial.
-¿Queda
muy lejos el sitio? -preguntó Esteban, al ver que las calles seguían
alargándose casi hasta el infinito…
-No,
ya no. Ahora estamos cerca del tranvía y nos vamos gorreando hasta el centro.
-…
Lo tomamos no más y le decimos al conductor que nos deje ir hasta la Plaza San
Martín.
-… Al fin terminó la calle y llegaron a
una especie de parque.
-¡Corre!
–le gritó Pedro, de pronto. El tranvía comenzaba a ponerse en marcha.
Corrieron, cruzaron en dos saltos la pista y se encaramaron en el estribo.
Es interesante la participación del
tranvía como vehículo articulador pues éste se identificaba con las clases
sociales de bajo poder económico y, en cambio, los autos de fábrica
norteamericana con las élites; ambos medios de locomoción confluían
intensamente en la Plaza San Martín:
“Grandes automóviles, flamantes Cadillac o
menos ostentosos ‘Packard´ invadieron el parque automotor de Lima. El centro de
la capital era una diaria feria de lujo. Los desposeídos tenían en los
tranvías, por quince centavos, la movilidad a su alcance.” (Thorndike 1982: 37)
El paradero del tranvía en la Plaza
es registrado en distintas fotos, videos y crónicas.
“Pequeños
tranvías urbanos traqueteaban por casi todos los jirones principales y los
grandes, con acoplado, entraban hasta la Plaza San Martín” (Thorndike 1982: 36)
La Plaza San Martín es el espacio
final y su importancia es trascendente, es el corazón de la Bestia y por
el cual pasan todos sus habitantes; aquí el tiempo parece acelerarse
nuevamente:
“… más y más gente sobre la piel de la
bestia. Y la gente caminaba con más prisa ahora. Rápido, rápido, apúrense, más
rápido aún, más, más, hay que apurarse muchísimo más, apúrense más… Y Esteban
permanecía inmóvil, recostado en el muro
También
se puede intuir que los eventos suceden en un día que anochece tarde, pues
cuando Esteban pregunta:
-¿Tiene hora,
señor?
-Un cuarto para
las siete.
-…Decenas de
letreros luminosos se habían encendido. Letreros luminosos que se apagaban y se
volvían a encender…
Se
descubre que es probable que sea una tarde de verano.
Por último, cabe la posibilidad de
que los pasajes del cuento no representen un tiempo o día específico, sino que
describan distintos momentos, los espacios si bien son existentes y se encuentran bien
contextualizados poseen algunos vacíos que no afectan la calidad del contenido
del relato.
4.
Espacios e imágenes
Consideremos que el relato que nos
ocupa se basa en sucesos reales que acontecen en la ciudad y las barriadas que
intentan consolidarse en su periferia; por un momento consideremos también que
sus personajes representan seres representativos en carácter e idiosincrasia,
nos toca ahora adentrarnos dentro del contexto en el que se encuentran insertos
pero al hacerlo avanzaremos un poco más allá de las palabras expresadas en el
cuento y ensayaremos la reconstrucción de imágenes espaciales o contextuales.
Junto
al cielo.
El Apu o referente visual
Es importante la imagen de la
ciudad que se aprecia desde el cerro de El Agustino; al ser emplazada en un
delta de la desembocadura de un río, la ciudad no posee mayores desniveles o
hitos geográficos salvo los pocos cerros aledaños que rematan las estribaciones
cercanas. Esteban relata una imagen de la ciudad en el fragmento siguiente:
“Esteban contempló a la bestia del millón de
cabezas. La “cosa” se extendía y desparramaba, cubriendo la tierra de casas,
calles, techos, edificios, más allá de lo que su vista podía alcanzar. Entonces
Esteban había levantado los ojos, y se había sentido tan encima de todo –o tan
abajo, quizá- que había pensado que estaba en el barrio de Junto al Cielo.”
Más adelante, es interesante
también, el reconocimiento que establecen ambos niños respecto a estos mismos
cerros; en las preguntas de Pedro a Esteban respecto a de dónde viene, se encuentra
el orden de los referentes espaciales en esta parte de la ciudad:
-¿De
dónde, ah? (....) ¿De dónde ah? –volvió a preguntar.
-De
allá, del cerro –y Esteban señaló en la dirección en que había venido.
-¿San
Cosme?
Esteban
meneó la cabeza, negativamente.
-¿Del
Agustino?
-¡Sí,
de ahí! –exclamó sonriendo.
Para la cosmovisión de los niños aquellos
cerros se presentan como una comunidad, tanto por su proximidad, similitud e
incluso su función acogedora hacia los nuevos pobladores; Esteban no los
individualiza y solo puede disgregarlos al escuchar el nombre de cada uno por
separado, esto pone en relieve una interesante asociación que podría revelar una
profunda mentalidad andina de ambos interlocutores. Los cerros podrían
simbolizar algo similar a una huaca, la cual era un:
“Espíritu de la comunidad: tiene una
jurisdicción más extensa; éstos constituyen lo que se llama una huaca; el cerro
más alto, que preside la vida del pueblo, que está formando parte del conjunto
geográfico, es considerado como residente del espíritu guardián de la
comunidad, es el apu, generalmente un nevado. Hay además otros de segunda
categoría, como subjefes, son los auquis o cerros menores que están formando
como una guarnición defensiva del pueblo, la cual impedirá que sufra daños como
el de un asalto, una epidemia, etc. Se les llama también huamanis.” (Valcárcel
1982: 86).
Más adelante veremos como el cerro
podría representar el futuro, una utopía que se encuentra sin conocer y, por lo
contrario, lo neocolonial representaría lo establecido, los horarios, la
burocracia, el tiempo presente, las diversas personas que habitan dentro de la Bestia.
La
barriada
Es importante la construcción de
una imagen urbana, hasta la década de los cincuenta muchas veces ignorada en la
literatura peruana, esta imagen es la de la barriada, para precisar una
barriada en plena construcción a la que se agrega una primera referencia
conocida y real: el Mercado Mayorista.
Esteban llegó a lo que aparentemente era el ingreso, esto puede ser en el cruce
de la Av. Bolívar (hoy Bauzate y Meza) y San Pablo; entonces (antes de 1954)
esta se encontraba consolidada. El mercado se había fundado en 1945 y no tenía
ni diez años en funcionamiento y ya era un centro de actividad creciente; aquí
reconoce el paisaje:
Cruzó la pista y se internó en un terreno
salpicado de basuras, desperdicios de albañilería y excrementos; llegó a una
calle y desde allí divisó el famoso mercado, el Mayorista, del que tanto había
oído hablar.
El relato posee gran cantidad de
instantáneas espaciales y temporales, sin embargo, adolece de referencias hacia
lo auditivo, aunque sabemos que la radio[4] era el
aparato que acompañaba a todas las familias populares y en general de la
población limeña. La música contaba en sus composiciones muchas vivencias
populares de las barriadas, conviene recordar aquí el vals criollo de los cincuenta,
con canciones como Yo la quería patita
(1954)[5] de Cavagnaro
e interpretado por los Troveros Criollos,
dúo integrado por Jorge Pérez y Lucho Garland, y “…que aparecen en un momento
de difícil interpretación para lo nativo.” (Collantes 1956: s.n.). Otro éxito
de este grupo (ya convertido en trío: Garland, Pajovés y Ladd) es Romance en la parada (1958), canción compuesta
por Augusto Polo Campos y, en cuya letra, se proyecta la intensidad de la vida precisamente
en la barriada de San Cosme y el Mercado Mayorista, recreando incluso sus
escenarios urbanos[6].
Como fuera, la barriada no es Junto
al cielo, y Esteban en un principio piensa que es Lima, pero esto no será
definitivo:
¿Eso era Lima, Lima, Lima…? La palabra le
sonaba a hueco.
La
Plaza San Martín
Otro lugar pletórico de imágenes se
encuentra en otra parte de la ciudad, en la Plaza San Martín. Es importante
distinguir el contraste de imágenes que existe entre aquella ciudad nueva,
marginal, que es San Cosme, con la otra, la antigua (aunque en cierto modo no
lo era tanto) que es el entorno de la plaza a donde van a parar los dos niños
para vender sus revistas (¿el corazón de la Bestia?).
La Plaza San Martín se emplaza
sobre el área que anteriormente había pertenecido al Hospital de San Juan de
Dios y, posteriormente Estación del mismo nombre que articulaba Lima con el Callao
por medio del tren. La configuración urbana de la Plaza se da en el contexto
del Centenario de la Independencia con el diseño de la misma por el español Piqueras
Cotolí (1921). La construcción de edificios notables como el Hotel Bolívar (construido
en 1924 y ampliado en 1938), posteriormente los edificios que configuran los
portales Boza y Pumacahua (desde 1926 hasta 1940), ambos proyectos del
arquitecto Rafael Marquina. En el caso de los portales:
“el desarrollo de las elevaciones es
tratada en barroco español, en la que se ponen de manifiesto elementos
neocoloniales. La imagen del conjunto resulta sí apropiada para su compromiso
con el entorno e integrada perfectamente a la arquitectura precedente” (Jiménez
y Santiváñez 2005: 84)
La plaza (para la década del
cincuenta) probablemente era el centro neurálgico de una Lima que está a punto
de cambiar dramáticamente en su dimensión y fisonomía, pero, principalmente, en
su población, algo que quizás Piqueras quizás pudo intuir y que, en el diseño
de la misma (aún con modificaciones), aún demuestra su eficiencia.
“Piqueras propone con esta plaza una forma
de ruptura/continuidad en la recusación histórica del proyecto urbanístico de
la República Aristocrática. Además, introduce en el medio limeño las bases
programático-principistas de una forma de reinterpretación mediterránea,
atemperada en escala y dotada de un espíritu nacional, de un urbanismo
neobarroco, decimonónico y abstracto observado de manera académica. De alguna
forma, la plaza San Martín representa una especie de celebración/muerte de los
fundamentos ideológicos y estéticos de aquel programa urbanístico sugerido por
José Balta y promovido resueltamente por Nicolás de Piérola.” (Ludeña 2003: 217
y 223)
Esta plaza adquiere gran
popularidad en contraposición de la Plaza Mayor cuyo carácter es oficial y si
se quiere institucional. A la Plaza San Martín la gente acude por diversión,
esparcimiento social o discusión política. Los comercios abundan y sin duda un edificio
significativo es el cine Metro, el cual fue uno de los últimos edificios de ese
ambiente urbano en ser construido en un evidente estilo neocolonial. El cine
entonces ya había adquirido un gran impulso y “…los grandes estudios
estadounidenses habilitaron salas para la exhibición exclusiva de su material”
(Mejía 2007: 109); de hecho, el cine Metro[7],
presente hacia el este, hacia la zona elevada de la plaza, fue edificado en
1936 por la Metro Goldwyn Mayer y, películas mundialmente conocidas como Genio
y figura (en donde actuaba la estrella Mirna Loy), fue estrenada entonces. No
es de extrañar que nuestros personajes utilicen el cine (entonces referencia de
la tecnología y modernidad)[8] y lo
utilicen como referencia dentro de la complejidad espacial:
“- ¿Ves ese cine? –preguntó Pedro
señalando a uno que quedaba en la esquina. Esteban asintió-. Bueno, sigues por
esa calle y a mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses… Pasó junto al
cine y se detuvo a contemplar los atrayentes avisos.”
Esta parte del relato es
interesante pues Pedro, al parecer, utiliza la falsedad fantasiosa del cine y
pareciera incluso identificarse con su éxito financiero. Esteban por su parte consideraba
a Pedro como un socio que sabía cómo se comportaba “la bestia”:
“Él
era el socio capitalista.”
Es interesante también advertir como
la Plaza San Martín funcionaba (para el imaginario limeño) como divisor entre
las dos partes de La Colmena (oeste y este), esta división es muy recurrente
para entender el espacio en las sociedades andinas; muchas veces ambas partes
son complementarias o distintas (no necesariamente contrarias dialécticamente)[9]; algo
así refiere Thorndike cuando intenta bosquejar su percepción de esta parte de
la ciudad:
“Lima comienza o acaba en La Colmena, la
de adentro, la que se queda en la plaza San Martín, no en La Colmena que sigue
hacia la tierra incógnita del Parque Universitario, donde acaban los viajes
interprovinciales. Esa, la que se prolonga hasta la avenida Abancay, es la
Colmena pobre, revoltosa de corazón socialista, calle inconforme, tristona,
peligrosa.” (Thorndike 1996: 139)
Para la desdicha de Esteban, cuando
sale de la plaza para buscar una tienda se interna brevemente en el sector este
(en el barrio de La Encarnación o llamado Colmena Izquierda y, mucho más allá
hacia donde se veían las estribaciones andinas) es despistado por Pedro:
“Recibió
el sol, cruzó la pista, pasó por entre dos autos estacionados y tomó la calle
que le había indicado Pedro. Sí, ahí estaba la tienda. Entró.”
La Plaza
San Martín es el escenario en donde además del cuento, acaba también el día,
cuando anochece y se revela la realidad a Esteban.
5.
Algunas variables
Sobre el cuento hemos identificado
algunas variables que responden principalmente al imaginario de los personajes,
pero también se proyectan y se encuentran presentes en su estructura,
articulándose y dan coherencia al relato.
El
Número
Es interesante la presencia
numérica expresada claramente en el número diez, esto podría suceder debido a
la permanencia en la ideología occidental y que se expresa claramente en la
narración de la Divina Comedia (compuesta de 100 cantos) de Dante. También su
significancia se puede señalar desde la tradición judeocristiana en donde este
número alcanza lo sagrado debido a la existencia de los Diez Mandamientos, esto
se refuerza, ya en nuestro relato, por la forma como Lima se presenta como la Bestia de un millón de cabezas (10 a la
6ta potencia). En el cuento este número alcanza un lenguaje perfecto,
redundante, casi neopositivista[10]
involucrando al propio Esteban quien se identifica personal y cósmicamente con
el diez:
“Él ya tenía diez años, y diez años
no eran ni ocho, ni nueve ¡Eran diez años!... El
billete llevaba el “diez” por ambos lados y en eso se parecía a Esteban. El
también llevaba el “diez” en su rostro y en su conciencia. El “diez años” lo
hacía sentirse seguro y confiado, pero sólo hasta cierto punto...”
Sin embargo, la expresión más tangible
la tenemos en el hallazgo milagroso que el propio Esteban encuentra, el billete
de diez soles o la Libra. Este billete llamado popularmente la Libra
Peruana, era entonces naranja con la imagen de la Madre Patria al centro
del anverso[11].
Bajó la
vista y volvió a mirar. Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies,
junto a su vida.
…Vacilante, incrédulo se agachó y lo tomó entre sus
manos. Diez, diez, diez, era un billete de diez soles, un billete que contenía
muchísimas pesetas, innumerables reales. ¿Cuántos reales, cuántos medios,
exactamente? Los conocimientos de Esteban no abarcaban tales complejidades y,
por otra parte, le bastaba con saber que se trataba de un papel anaranjado que
decía “diez” por sus dos lados.
Pedro se refiere al billete como
una Libra, aunque la moneda oficial en
la década de los cincuentas era el Sol de Oro que se emitió desde 1935 (su Ley
fue promulgada en abril de 1931) y reemplazó a la Libra Peruana que precisamente equivalía a diez soles. Incluso, aún
en la década de los ochenta la palabra Libra era utilizada en San Cosme
para designar al billete naranja en donde aparecía retratado Garcilaso de la
Vega y equivalía precisamente a diez soles.
Sin embargo, la simbología de este
número también podría tener una base andina intrínseca; es
conocida la importancia de la organización matemática de la cultura andina
representada históricamente por el Tawantinsuyu; cronistas como Cieza de León
(1551), Inca Garcilaso de la Vega (1609) o Sarmiento de Gamboa (1579), entre
otros, lo mencionan. De manera especial la organización decimal ha sido puesta
en relieve por investigadores como el arquitecto Santiago Agurto quien
menciona: “que el Sistema Decimal era usado para organizar y contar grupos de
cosas y personas y que las cantidades se agrupaban en unidades, decenas,
centenas y millares; haciéndolo generalmente en grupos que seguían la serie 5,
10, 50, 1,000, 5,000, 10,000” (Agurto 1977: 8)[12]. El
sistema decimal era objeto de orgullo, de reglas que no debían fallar, sin embargo,
cuando este orden fallaba todo iría mal, por eso si el 10 se convertía en 15 no
podía funcionar y crea dudas; diez en quechua es Chunka, una cantidad divisible,
sin embargo, quince o Chunka pishqayuq, ya no lo es tan sencillamente, quizás por
eso cuando Esteban se pregunta por los quince soles no encuentra respuesta:
¿Y Pedro, y los
quince soles, y la revista?
Dualidad
o enfrentamiento
Existen algunas asociaciones entre
aparente opuestos que podemos considerar dualidades. La primera asociación
corresponde al carácter de los dos personajes: Esteban ingenuo frente a Pedro
acriollado; ¿qué representa? ¿el encuentro entre dos grupos?; Pedro le gana en
el juego, conoce las reglas del juego y de la ciudad, posiblemente es huérfano
y no asiste a la escuela, las calles han sido su espacio de aprendizaje. Pedro
logra convencer y llevar a Esteban desde las periferias hasta el centro de la
ciudad; desde el mercado mestizo a la plaza Neocolonial comercial y acelerada;
para esta conexión utiliza el tranvía, símbolo del progreso y que conecta los
espacios. El personaje de Pedro introduce a Esteban, cual Virgilio a Dante en
la Divina Comedia (1304-1321), a las profundidades del
infierno, en este caso de la Bestia (la ciudad de Lima).
La complementariedad entre ambos
personajes parece funcionar, aunque Esteban no logra entender las reglas
completas de la Bestia:
Él era el socio capitalista y el negocio
marchaba estupendamente bien. Revistas, revistas gritaba el socio industrial, y
otra revista más que desaparecía en manos impacientes. ¡Apúrate con el vuelto!,
exclama el comprador. Y todo el mundo caminaba a prisa, rápidamente. ¿Adónde
van que se apuran tanto?, pensaba Esteban.
Aunque sabemos que para el
personaje de Esteban el concepto de “capitalista” era, por su edad, imposible,
el autor aprovecha el momento del relato para relevar una crítica el tiempo
posterior a la Segunda Guerra Mundial conocido como la Guerra Fría. Se descubre
así el contraste de los niños que surgen del proletariado con las intrusivas
empresas norteamericanas que dominan el espacio urbano en el que se desenvuelve
la historia; se descubre entonces que se mantiene para esta época, tal como
escribía Mariátegui (26 años antes):
“…la última estación política de una
cultura. Los Estados Unidos, más que una gran democracia son un gran imperio.
La forma republicana no significa nada. El crecimiento capitalista de los
Estados Unidos tenía que desembocar en una conclusión imperialista.”
(Mariátegui 1980 [1925]: 83).
El enfrentamiento también se
aprecia entre los dos espacios Junto al Cielo, espacio en gestación casi
utópico y, la Plaza San Martin, espacio terrenal y criollo (punto –
contrapunto). Uno se encuentra elevado espacialmente, cerca a las nubes y el
otro por debajo de los propios edificios que se muestran altos desde su
perspectiva. En uno el tiempo parece prolongarse, ser eterno, y en el otro la
gente va apresurada y parece que el tiempo se escapa. En uno empieza el cuento
y en el otro acaba. Esta dualidad equilibra el relato y parece comprometer al
lector como un observador neutral, presente en los contextos, quizás a veces
hasta identificado, pero al mismo tiempo lo mantiene excluido a suficiente
distancia para poder apreciar los contrastes y enfrentamientos entre ambos
polos.
La dualidad es considerada dentro
de la interpretación del pasado andino, de hecho, ha sido aplicado hacia la
interpretación de estructuras sociopolíticas sobre la base de documentos
etnohistóricos primero y luego a partir de ciertos patrones arquitectónicos de
diseño. Rostworowski (1986) y Morales (1995) mencionan incluso su existencia en
épocas anteriores al Tawantinsuyu. De esta manera “la existencia de los dos
bandos, ya fuesen Hanan y Hurin o Allauca e Ichoc es una antigua costumbre
panandina. Mientras en ciertas regiones se designaban las mitades como arriba y
abajo, en otras la división de derecha-izquierda mantenía el concepto del
esquema dual” (Rostworowski 1986: 115). En la arquitectura esto se aprecia en
edificaciones ceremoniales, divisiones espaciales o contraposiciones iconográficas
“…que representan la cosmovisión dualista del mundo opuesto y complementario a
la vez” (Morales 1995: 88).
Tiempo
tripartito
Es interesante distinguir a partir
de las experiencias de Esteban, el método dialéctico de Hegel[13]
que presenta tres momentos espirituales dentro de un fenómeno (Marías
1996: 318-319). Inicialmente nuestro personaje posee su experiencia personal
proveniente de Tarma, un espíritu subjetivo, una conciencia de sí mismo.
Antes, cuando comenzaba a tener noción de
las cosas y de los hechos, la meta, el horizonte, había sido fijado en los diez
años. ¿Y ahora? No, desgraciadamente no. Diez años no era todo, Esteban se
sentía incompleto, aún. Quizá si cuando tuviera doce, quizá si cuando llegara a
los quince, quizá. Quizá ahora mismo, con la ayuda del billete anaranjado.
En un posterior momento Esteban
descubre algunas pautas morales y éticas, en la Bestia del Millón de Cabezas;
la familia, la sociedad adquieren otras dimensiones y él cree comprenderlas
objetivamente:
Bueno, bueno, la bestia era una bestia
bondadosa, amigable, aunque algo difícil de comprender. Eso no importaba;
seguramente, con el tiempo, se acostumbraría. Era una magnífica bestia que
estaba permitiendo que el billete de diez soles se multiplicara.
Finalmente, ante la traición de su
amigo Pedro, se descubre el conocimiento por la experiencia, es decir una
manifestación de la verdad absoluta, la que, aunque triste y dolorosa, lo
libera.
Entonces, ¿Pedro lo había engañado?...
¿Pedro, su amigo, le había robado el billete anaranjado?... ¿O no sería, más
bien, la bestia con un millón de cabezas la causa de todo?... Y, ¿acaso no era
Pedro parte integrante de la bestia?...
Sí
y no. Pero ya nada importaba. Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desolado,
se dirigió a tomar el tranvía.
Estas experiencias son sucesivas y
trascienden en el interior de Esteban (comprometiendo al lector) y, constituyen
también, la columna vertebral para el entendimiento de la sicología del
personaje.
La
fe y la religión
La fe es un concepto importante,
alude a la credibilidad de Esteban la cual se explica, además de su ingenuidad,
por su falta de experiencia ante las diversas situaciones que enfrenta en la
ciudad. La formación religiosa también se advierte en Esteban, sin embargo, es una
religión mezclada con reflexiones de origen casi míticas nacidas probablemente de
las explicaciones maternas y que generan muchas dudas.
A lo largo del relato aparecen
distintos nombres que aluden a la religión. Esteban bajó del cerro por algún
camino, este pareciera ser el lugar que actualmente se conoce como San Pedro
(una de las primeras barriadas de El Agustino, cerro también de nombre
cristiano que alude a San Agustín, autor, paradójicamente, de la obra
filosófica La Ciudad de Dios[14]);
este nombre también es el mismo de su primer amigo, quizás sea solamente una
alusión al sitio y Pedro podría ser cualquier niño, al final su honestidad
nunca fue verdadera como tampoco lo podría ser su nombre; en todo caso es un
nombre cristiano, del primer apóstol y el que negó a Cristo, lo cual refiere una
vez más a la propia religión cristiana.
Esteban es un considerado por el
autor como: “niño de…”, lo cual podría referir a un personaje anónimo
perteneciente a un espacio o sector social determinado; “…junto al cielo”
refiere indudablemente a un componente de la creencia cristiana; al juntarlas
evoca a un ser casi celestial, casi un ángel, un ángel que bajó del cielo.
La Bestia del millón de cabezas
es una alusión directa a el discurso bíblico, específicamente al libro del Apocalipsis,
capítulo 13, en donde se describe el poder de dos bestias: “Y vi una bestia que
emergía del mar, que tenía diez cuernos y siete cabezas, en sus cuernos diez
diademas, y en sus cabezas un nombre blasfemo” (Apocalipsis capítulo 13,
versículo 1).
Desde otra perspectiva la relación
y apego que Esteban mantiene con el billete de Diez Soles o Libra parece
superar su valor económico o material:
“Esteban vaciló un momento. Desprenderse
del billete anaranjado era más desagradable de lo que había supuesto. Se estaba
bien teniéndolo en el bolsillo y pudiendo acariciarlo cuantas veces fuera
necesario.”
Esta actitud puede asociarse a la
relación que en el espíritu andino se mantenía con una huaca:
“…los espíritus viven en el mundo de aquí…
en residencias un tanto transportables, es decir que el espíritu se aloja, por ejemplo,
en una piedra, generalmente pequeña, que el individuo puede llevar en un atado…
son residencias móviles” (Valcárcel 1982: 84).
Es posible que las creencias
religiosas del personaje de Esteban provengan de su educación familiar en su
natal Tarma; Collier, citando a Oscar Lewis (1952), creemos también que “… los
patrones tradicionales de conducta, las instituciones de parentesco y la
religión no solamente persistían, sino que, en algunos casos, eran reforzados
por el paso a la ciudad” (Collier 1978: 44).
6.
Algunas reflexiones
Sintetizando algunos conceptos y
enseñanzas que nos deja el relato, aparte de su carácter literario, podemos
mencionar los siguientes puntos relevantes:
-El tiempo y el espacio en la
ciudad, ante los ojos de dos niños diferentes, adquiere sus propias
dimensiones.
-La constante interacción entre los
personajes y la ciudad que los cobija, tanto en su entorno geográfico que se va
culturizando (…junto al cielo) como
la gran ciudad que crece alimentada por sus habitantes y, sin duda sus
edificios, ya sean chozas o gigantes o modernos. La gente y la sociedad se
representa en su arquitectura.
-La fisonomía y carácter urbano de
las barriadas, entonces en plena emergencia, se expresa crudamente como una
realidad que forma a la nueva generación de ciudadanos. Sus reglas son
dinámicas y cambiantes como lo es su arquitectura.
-Las barriadas y el Centro
Histórico. Aunque en la década que se escribió el cuento El niño de junto al cielo aún los conceptos respecto al patrimonio
arquitectónico recién estaban entrando al preámbulo de su abierta discusión (la
cual se consolidaría en la década de los sesenta) podemos ver que existe cierta
observación respecto a los edificios que enmarcan, por ejemplo, la imagen de la
Plaza San Martín, que en ese momento no tenían más de treinta años de
construidos pero que representaban una antigua estirpe de las familias
poderosas lo cual se expresaba en el conservador estilo Neocolonial.
-Existe un componente social
innegable, la realidad es arrojada crudamente ante la existencia de personas
menores, las agrede y forma tempranamente su sensibilidad, sin embargo, también
es cierto que existen dimensiones intimistas que forman parte de la fortaleza
de los propios personajes, la dimensión surrealista alcanza una riqueza debido
precisamente al carácter mítico de Esteban, la ciudad va cambiando frente a sus
ojos. Una expresión de esta realidad se aprecia en la lectura borrosa de la
familia de Esteban, lo que expresa la fragmentación de la misma, muy recurrente
en las barriadas de entonces: con la madre preocupada y el “tío que no es el
padre”.
-Un discurso o crítica a la crisis
económica social se aprecia en las diferencias de contextos entre los basurales
de las barriadas y la tardía exuberancia de la Plaza San Martín en donde se
exponen los pasatiempos del capitalismo norteamericano con sus películas
expuestas en marquesinas y los letreros luminosos.
Agradecimientos
Algo personal: Algunos amigos me
enseñaron a valorar el oficio de escritor, a la literatura peruana y a su
gente, por ello recuerdo a Ronald Arquiñigo y su apuesta por esta vocación, a
Wilbor Rebata y el gusto que tenemos por el arte y, a Francisco Rojas, amigo y
vecino, con el que compartimos las letras e infinidad de ideas por las calles
de San Borja. Otras personas me ayudaron a entender parte de la realidad que
nos rodea y, de alguna manera, el mensaje del relato analizado, por ello
extiendo mi agradecimiento a Dany Huarcaya, amigo cantuteño, con quien exploramos
la ruta de Esteban, a Alexander Cullanco por permitirnos siempre un refugio, a
Julio Mamani por su temprana esperanza de creer en los libros y, especialmente,
a Hilda Caro, a quien le debo mucho y siempre admiraré.
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[1] Graduado de la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Ricardo Palma; graduado de la
Escuela Académico Profesional de Arqueología de la Universidad Nacional Mayor
de San Marcos. Egresado de la Facultad de Educación de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos y de la Maestría en Arte Peruano y Latinoamericano de la
Facultad de Letras y Ciencias Humanas de la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos.
[2] Entre los escritores
más reconocidos en la narrativa se ha señalado a Eleodoro Vargas Vicuña, Julio
Ramón Ribeyro y Francisco Izquierdo Ríos.
[3] Para 1956 se
consideraba la “barriada” a partir de sus carencias, por ejemplo: “…los barrios
formados sobre tierras invadidas, y que no se conforman a un plan trazado
preconcebido o que lo tiene muy rudimentario, carecen de servicios públicos y
sociales más elementales y en ellos se dan las condiciones de insalubridad
ambiental más deplorables” (Citado por Córdova, A. 1958: 33).
[4] Desde
la aparición de la primera radioemisora (OAX, posteriormente convertida en 1937
por intervención del Estado en Radio Nacional) en 1925 durante el progresista
gobierno de Leguía (antes existía desde 1916 como radiotelefonía de
comunicación naval) la radio comenzó lenta pero inexorablemente su alcance
popular con nuevas emisoras: Internacional, Miraflores, Goicoechea, Grallaud,
América, Atalaya, Alegría y Libertad. Hacia 1950, que es nuestro espacio
temporal en análisis, se experimenta “…un crecimiento del sistema de
radiodifusión” (Valderrama 1987: 20) existiendo solamente en Lima 17 emisoras
(Valderrama 1987: 20. Cuadro 2).
[5] El
video de esta canción (1955), uno de los primeros videos de música criolla que
se realiza ambientado en exteriores, refiere el barrio del Rímac y el Paseo de
Aguas. Actualmente se ha recuperado y difundido:
https://www.youtube.com/watch?v=QYqrTBQe2bM
[6] La letra cuenta las
esperanzas de una pareja “proletaria” que se enamora en la barriada de San
Cosme, pero la cual es desafortunada, pues como dice la letra de la misma:
“...más como en lo pobre no cabe la dicha…”, sufre por la traición. https://www.youtube.com/watch?v=XXHTCcstZBQ
[7] El
arquitecto principal del proyecto fue José Álvarez Calderón, participando
además Guillermo Payet y Schminametz Fernando, con un diseño interior estilo
art decó.
[8] El
cine era también partícipe de estos escenarios sociales; en marzo de 1953 se
estrenaba en lima la película mexicana El
Plebeyo, en donde aparece la canción del mismo nombre del compositor
peruano Felipe Pinglo (la canción ya había sido escrita más de veinte años
antes). También era ampliamente conocida Yma Sumac quien interpretaba en la
película el Secreto de los Incas (1954)
(en donde participaba el reconocido actor estadounidense Charlton Heston)
exóticas canciones que maravillaban al público; el cine era importante pues el
televisor aún no había logrado aparecer en la escena peruana, aunque en 1939 y
el 1955 se había ejercitado emisiones restringidas recién en 1957 y 1958 se
harían transmisiones públicas.
[9] Al respecto se conocen
dos conceptos: “Las oposiciones expresadas en yanantin (dualidad espejada) y en
el tinku (complementariedad disimétrica), describen las formas de paridad y
dialéctica. Estas categorías articulan l descripción flexible en organizaciones
sociales con distintas escalas y estamentos, afianzando el sentimiento de
integración y protección que la comunidad ejerce sobre el sujeto y legitiman
una afirmación simbólica, cultural en general, y espacial en particular.”
(Lozada 2006: 165).
[10] El
neopositivismo o positivismo lógico considera, entre otras cosas, la necesidad
de un fundamento eficaz para las ideas; un lenguaje válido para elaborar
proposiciones científicas son la lógica y las matemáticas, además “…la
experiencia es la fuente de todo el conocimiento no matemático” (Bunge 167).
[11] Se
debe reconocer que el billete mencionado en el relato de 1953 debe tratarse de
la impresa el 12 de julio de 1951 la cual era impresa en negro (anverso) y
naranja (reverso); la emisión de un billete naranja por ambos lados recién
aparecería en 1956.
[12] Es necesario
aclarar que según el arquitecto Carlos Milla, la unidad de medida occidental
“aumenta o disminuye de 10 en 10” y, al contrario, en sistema andino, basado en
la geometría proporcional, este sistema no es decimal “… sino que cada ocho
operaciones las magnitudes se hacen diez veces más grandes” (Milla 1983: 92)
[13] Esta es una
observación que hacemos (algo aventurada) de la tesis-antítesis-síntesis que
podría aplicarse al proceso introspectivo que sufre Esteban; obviamente los
fenómenos espirituales son hechos más profundos, no siempre muy claros a partir
de la lectura de Hegel.
[14] San
Agustín con el ánimo de defender al cristianismo expone una doctrina de la
política cristiana; La Ciudad de Dios plantea una nueva sociedad, la
Ciudad Celestial y la Ciudad Real, la Ciudad Pagana. “… Está constituida por la
lucha de dos ciudades o reinos: el reino de la carne y el reino del espíritu,
la ciudad terrena, o ciudad del diablo, que es la sociedad de los impíos, y la
ciudad celestial o ciudad de Dios, que es la comunidad de los justos”
(Abbagnano 1964: 244)
Anexo
El
niño de junto al cielo (1954)
Enrique
Congrains Martin
Por alguna desconocida razón,
Esteban había llegado al lugar exacto, precisamente al único lugar… Pero. ¿no
sería, más bien, que “aquello” había venido hacia él? Bajo la vista y volvió a
mirar. Sí, ahí seguía el billete anaranjado, junto a sus pies, junto a su vida.
¿Por qué, por qué él?
Su madre se había encogido de
hombros al pedirle, él, autorización para conocer la ciudad, pero después le
advirtió que tuviera cuidado con los carros y con las gentes. Había descendido
desde el cerro hasta la carretera y, a los pocos pasos, divisó “aquello” junto
al sendero que corría paralelamente a la pista.
Vacilante, incrédulo, se agachó y
lo tomó entre sus manos. Diez, diez, diez, era un billete de diez soles, un
billete que contenía muchísimas pesetas, interminables reales. ¿Cuántos reales,
cuántos medios exactamente? Los conocimientos de Esteban no abarcaban tales
complejidades y, por otra parte, le bastaba con saber que se trataba de un
papel anaranjado que decía “diez” por sus dos lados.
Siguió por el sendero, rumbo a los
edificios que se veían más allá de ese cerro cubierto de casas. Esteban
caminaba unos metros, se detenía y sacaba el billete de su bolsillo para
comprobar su indispensable presencia. ¿Había venido el billete hacia él –se
preguntaba- o era él, el que se había ido hacia el billete?
Cruzó la pista y se internó en un
terreno salpicado de basuras, desperdicios de albañilería y excrementos; llegó
a una calle y desde allí divisó el famoso mercado, el Mayorista, del que tanto
había oído hablar. ¿Eso era Lima, Lima, Lima…? La palabra le sonaba a hueco.
Recordó: su tío le había dicho que Lima era una ciudad grande, tan grande que
en ella vivían un millón de personas.
¿La bestia de un millón de cabezas?
Esteban había soñado hacía unos días, antes del viaje, en eso: una bestia con
un millón de cabezas. Y ahora él con cada paso que daba, iba internándose
dentro de la bestia.
Se detuvo, miró y meditó: la
ciudad, el Mercado Mayorista, los edificios de tres y cuatro pisos, los autos,
la infinidad de gentes –algunas como él, otras no como él- y el billete
anaranjado, quieto, dócil, en el bolsillo de su pantalón. El billete llevaba el
“diez” por ambos lados y en eso se parecía a Esteban. El también llevaba el
“diez” en su rostro y en su conciencia. El “diez años” lo hacía sentirse seguro
y confiado, pero sólo hasta cierto punto. Antes, cuando comenzaba a tener
noción de las cosas y de los hechos, la meta, el horizonte, había sido fijado
en los diez años. ¿Y ahora? No, desgraciadamente no. Diez años no era todo,
Esteban se sentía incompleto, aún. Quizá si cuando tuviera doce, quizá si cuando
llegara a los quince, quizá. Quizá ahora mismo, con la ayuda del billete
anaranjado.
Estuvo dando algunas vueltas,
atisbando dentro de la bestia, hasta que llegó a sentirse parte de ella. Un
millón de cabezas y, ahora, una más. La gente se movía, se agitaba, unas iban
en una dirección, otras en otra, y él, Esteban, con el billete anaranjado,
quedaba siempre en el centro de todo, en el ombligo mismo.
Unos muchachos de su edad jugaban
en la vereda. Esteban se detuvo a unos metros de ellos y quedó observando el ir
y venir de las bolas; jugaban dos y el resto hacia rueda. Bueno, había andado
unas cuadras y por fin encontraba seres como él, gente que no se movía
incesantemente de un lado a otro. Parecía, por lo visto, que también en la
ciudad había seres humanos.
¿Cuánto tiempo estuvo
contemplándolos? ¿Un cuarto de hora? ¿Media hora, una hora, acaso dos? Todos
los chicos se habían ido, todos menos uno. Esteban quedó mirándolo, mientras su
mano dentro del bolsillo, acariciaba el billete.
-¡Hola hombre!
-Hola… -respondió Esteban
susurrando, casi.
El chico era más o menos de su
misma edad y vestía pantalón y camisa de un mismo tono, algo que debió ser kaki
en otros tiempos, pero que ahora pertenecía a esa categoría de colores vagos e
indefinibles.
-¿Eres de por acá? –le preguntó a
Esteban.
-Sí, este… -se aturdió y no supo
cómo explicar que vivía en el cerro y que estaba en viaje de exploración a
través de la bestia de un millón de cabezas.
-¿De dónde, ah? –se había acercado
y estaba frente a Esteban. Era alto y sus ojos inquietos le recorrían de arriba
abajo-. ¿De dónde ah? –volvió a preguntar.
-De allá, del cerro –y Esteban
señaló en la dirección en que había venido.
-¿San Cosme?
Esteban meneó la cabeza,
negativamente.
-¿Del Agustino?
-¡Sí, de ahí! –exclamó sonriendo.
Ese era el nombre y ahora lo recordaba. Desde hacía meses, cuando se enteró de
la decisión de su tío de venir a radicarse a Lima, venía averiguando cosas de
la ciudad. Fue así como supo que Lima era muy grande, demasiado grande, tal
vez; que había un sitio que se llamaba Callao y que ahí llegaban buques de
otros países; que había lugares muy bonitos, tiendas enormes, calles
larguísimas… ¡Lima…! Su tío había salido dos meses antes que ellos con el
propósito de conseguir casa. Una casa. ¿En qué sitio será? -le había preguntado
a su madre. Ella tampoco lo sabía. Los días corrieron y después de muchas
semanas llegó la carta que ordenaba partir. ¡Lima…! ¿El cerro del Agustino,
Esteban? Pero él no se llamaba así. Ese lugar tenía otro nombre. La choza que
su tío había levantado quedaba en el barrio de Junto al Cielo. Y Esteban era el
único que lo sabía.
-Yo no tengo casa… -dijo el chico
después de un rato. Tiró la bola contra la tierra y exclamó: -¡Caray, no tengo!
-¡Dónde vives, entonces? –se animó
a inquirir Esteban.
El chico recogió la bola, la frotó
en su mano y luego respondió:
-En el mercado, cuido la fruta,
duermo a ratos…
-Amistoso y sonriente, puso la mano
sobre el hombro de Esteban y le preguntó: -¿Cómo te llamas tú?
-Esteban…
-Yo me llamo Pedro –tiró la bola al
aire y la recibió en la palma de su mano-. Te juego, ¿ya Esteban?
Las bolas rodaron sobre la tierra,
persiguiéndose mutuamente. Pasaron los minutos, pasaron hombres y mujeres junto
a ellos, pasaron autos por la calle. Siguieron pasando los minutos. El juego
había terminado, Esteban no tenía nada que hacer junto a la habilidad de Pedro.
Las bolas al bolsillo y, los pies sobre el cemento gris de la acera. ¿Adónde
ahora? Empezaron a caminar juntos. Esteban se sentía más a gusto en compañía de
Pedro, que estando solo.
Dieron algunas vueltas. Más y más
edificios. Más y más gente. Más y más autos en las calles. Y el billete
anaranjado seguía en el bolsillo. Esteban lo recordó.
-¡Mira lo que encontré! –lo tenía
entre sus dedos y el viento lo hacía oscilar levemente.
-¡Caray! –exclamó Pedro y lo tomó,
examinándolo al detalle-. ¡Diez soles, caray! ¿Dónde lo encontraste?
-Junto a la pista, cerca del cerro
–explicó esteban.
Pedro le devolvió el billete y se
concentró un rato. Luego preguntó:
-¿Qué piensas hacer, Esteban?
-No sé, guardarlo seguro… -y sonrió
tímidamente.
-¡Caray, yo con una libra haría
negocios, palabra que sí!
-¿Cómo?
-Pedro hizo un gesto impreciso que
podía revelar, a un mismo tiempo, muchísimas cosas. Su gesto podía
interpretarse como una total despreocupación por el asunto –los negocios- o
como una gran abundancia de posibilidades y perspectivas. Esteban no
comprendió.
-¿Qué clase de negocios, ah?
-¡Cualquier clase, hombre! –pateó
una cáscara de naranja que rodó desde la vereda hasta la pista; casi
inmediatamente pasó un ómnibus que la aplanó contra el pavimento-. Negocios hay
de sobra, palabra que sí. Y en unos dos días cada uno de nosotros podría tener
otra libra en el bolsillo.
-¿Una libra más? –preguntó Esteban,
asombrándose.
-¡Pero claro, claro que si…!
–volvió a examinar a Esteban y le preguntó: -¿Tú eres de Lima?
Esteban se ruborizó. No, él no
había crecido al pie de las paredes grises, ni jugando sobre el cemento áspero
e indiferente. Nada de eso en sus diez años, salvo lo de ese día.
-No, no soy de acá, soy de Tarma;
llegué ayer…
-¡Ah! –exclamó Pedro, observándolo
fugazmente- ¿De Tarma, no?
-Sí, de Tarma…
Habían dejado atrás el mercado y
estaban junto a la carretera. A medio kilómetro de distancia se alzaba el cerro
El Agustino, el barrio de Junto al Cielo, según Esteban. Antes del viaje, en
Tarma, se había preguntado: ¿Iremos a vivir a Miraflores, al Callao, a San
Isidro, a Chorrillos, en cuál de esos barrios quedará la casa de mi tío? Habían
tomado el ómnibus y después de varias horas de pesado y fatigante viaje, habían
arribado a Lima. ¿Miraflores? ¿La Victoria? ¿San Isidro? ¿Callao? ¿Adónde,
Esteban, adónde? Su tío había mencionado el lugar y era la primera vez que
Esteban lo oía nombrar. Debe ser algún barrio nuevo, pensó. Tomaron un auto y
cruzaron calles y más calles. Todas diferentes, pero, cosa curiosa, todas
parecidas, también. El auto los dejó al pie de un cerro. Casas junto al cerro,
casas en mitad del cerro, casas en la cumbre del cerro. Habían subido y una vez
arriba, junto a la choza que había levantado su tío, Esteban contempló a la
bestia del millón de cabezas. La “cosa” se extendía y desparramaba, cubriendo
la tierra de casas, calles, techos, edificios, más allá de lo que su vista
podía alcanzar. Entonces Esteban había levantado los ojos, y se había sentido
tan encima de todo –o tan abajo, quizá– que había pensado que estaba en el
barrio de Junto al Cielo.
-Oye, ¿quisieras entrar en algún
negocio conmigo? Pedro se había detenido y lo contemplaba, esperando respuesta.
¿Yo… -titubeando pregunto: - ¿Qué
clase de negocio? ¿Tendría otro billete para mañana?
-¡Claro que sí, por supuesto!
–afirmó resueltamente.
La mano de Esteban acarició el
billete y pensó que podría tener otro billete más, y otro más, y muchos más.
Muchísimos billetes más, seguramente. Entonces el “diez años” sería esa meta
que siempre había soñado.
-¿Qué clase de negocios se puede
ha? –preguntó Esteban.
Pedro sonrió y explicó:
-Negocios hay muchos… Podríamos
comprar periódicos y venderlos por Lima; podríamos comprar revistas, chistes…
-hizo una pausa y escupió con vehemencia. Luego dijo, entusiasmándose: -Mira,
compramos diez soles de revistas y las vendemos ahora mismo, en la tarde, y
tenemos quince soles, palabra.
-¿Quince soles?
-¡Claro, quince soles! ¡Dos cincuenta
para ti y dos cincuenta para mí! ¿Qué te parece, ah?
Convinieron en reunirse al pie del
cerro dentro de una hora; convinieron en que Esteban no diría nada, ni a su
madre ni a su tío; convinieron en que venderían revistas y que, de la libra de
Esteban, saldrían muchísimas otras.
Esteban había almorzado
apresuradamente y le había vuelto a pedir permiso a su madre para bajar a la
ciudad. Su tío no almorzaba con ellos, pues en su trabajo le daban de comer
gratis, completamente gratis, como había recalcado al explicar su situación.
Esteban bajó por el sendero ondulante, saltó la acequia y se detuvo en el borde
de la carretera, justamente en el mismo lugar en que había encontrado, en la
mañana, el billete de diez soles. Al poco rato apareció Pedro ye empezaron a
caminar juntos, internándose dentro de la bestia de un millón de cabezas.
-Vas a ver qué fácil es vender
revistas, Esteban. Las ponemos en cualquier sitio, la gente las ve y, listo,
las compra para sus hijos. Y si queremos nos ponemos a gritar en la calle el
nombre de las revistas, y así vienen más rápido… ¡Ya vas a ver qué bueno es
hacer negocios…!
-¿Queda muy lejos el sitio?
-preguntó Esteban, al ver que las calles seguían alargándose casi hasta el
infinito. Qué lejos había quedado Tarma, qué lejos había quedado todo lo que
hasta hace unos días había sido habitual para él.
-No, ya no. Ahora estamos cerca del
tranvía y nos vamos gorreando hasta el centro.
-¿Cuánto cuesta el tranvía?
-¡Nada hombre! –y se rió de buena
gana-. Lo tomamos no más y le decimos al conductor que nos deje ir hasta la
Plaza San Martín.
Más y más cuadras. Y los autos,
algunos viejos, otros increíblemente nuevos y flamantes, pasaban veloces,
rumbos sabe Dios dónde.
-¿Adónde va toda esa gente en auto?
Pedro sonrió y observó a Esteban.
Pero, ¿adónde iban realmente? Pedro no halló ninguna respuesta satisfactoria y
se limitó a mover la cabeza de un lado a otro. Más y más cuadras. Al fin
terminó la calle y llegaron a una especie de parque.
-¡Corre! –le gritó Pedro, de
pronto. El tranvía comenzaba a ponerse en marcha. Corrieron, cruzaron en dos
saltos la pista y se encaramaron en el estribo.
Una vez arriba se miraron,
sonrientes… Esteban empezó a perder el temor y llegó a la conclusión de que seguía
siendo el centro de todo. La bestia de un millón de cabezas no era tan
espantosa como había soñado, y ya no le importaba estar siempre, aquí o allá,
en el centro mismo, en el ombligo mismo de la bestia.
Parecía que el tranvía se había
detenido definitivamente, esta vez, después de una serie de paradas. Todo el
mundo se había levantado de sus asientos y Pedro lo estaba empujando.
-Vamos, ¿Qué esperas?
-¿Aquí es?
-Claro, baja.
Descendieron y otra vez a rodar
sobre la piel de cemento de la bestia. Esteban veía más gente y las veía
marchar –sabe Dios dónde- con más prisa que antes. ¿Por qué no caminaban
tranquilos, suaves, con gusto, como la gente de Tarma?
-Después volvemos y por estos
mismos sitios vamos a vender revistas.
-Bueno, - asintió Esteban. El sitio
era lo de menos, se dijo, lo importante era vender las revistas, y que la libra
se convirtiera en varias más. Eso era lo importante.
-¿Tú tampoco tienes papá? –le
preguntó Pedro, mientras doblaban hacia una calle por la que pasaban los rieles
del tranvía.
-No, no tengo… -y bajó la cabeza,
entristecido. Luego de un momento, Esteban preguntó: -¿Y tú?
-Tampoco, ni papá ni mamá. –Pedro
se encogió de hombros y apresuró el paso. Después inquirió descuidadamente:
-¿Y al que le dices “tío”?
-Ah… él vive con mi mamá, ha venido
a Lima de chofer… -calló, pero enseguida dijo: -Mi papá murió cuando era chico…
-¡Ah, caray…! ¿Y tu “tío”, que tal
te trata?
-Bien; no se mete conmigo para
nada.
-¡Ah!
Habían llegado al lugar. Tras un
portón se veía un patio más o menos grande, puertas, ventanas, y dos letreros
que anunciaban revistas al por mayor.
-Ven, entra- le ordenó Pedro.
Estaban adentro. Desde el piso
hasta el techo había revistas, y algunos chicos como ellos, dos mujeres y un
hombre, estaban seleccionando lo que deseaban comprar. Pedro se dirigió a uno
de los estantes y fue acumulando revistas bajo el brazo. Las contó y volvió a
revisarlas.
-Paga.
Esteban vaciló un momento.
Desprenderse del billete anaranjado era más desagradable de lo que había
supuesto. Se estaba bien teniéndolo en el bolsillo y pudiendo acariciarlo
cuantas veces fuera necesario.
-Paga, -repitió Pedro, mostrándole
las revistas a un hombre gordo que controlaba la venta.
-¿Es justo una libra?
-Sí, justo. Diez revistas a un sol
cada una.
Oprimió el billete con
desesperación, pero al fin terminó por extraerlo del bolsillo. Pedro se lo
quitó rápidamente de la mano y lo entregó al hombre.
-Vamos. –dijo jalándolo.
Se instalaron en la Plaza San
Martín, y alinearon las diez revistas en uno de los muros que circundan el
jardín. Revistas, revistas señor, revistas señor, revistas, revistas-. Cada vez
que una de las revistas desaparecía con el comprador. Esteban suspiraba
aliviado. Quedaban seis revistas y pronto, de seguir, así las cosas, no habría
de quedar ninguna.
-¿Qué te parece, ah? –preguntó
Pedro, sonriendo con orgullo.
-Está bueno, está bueno… -y se
sintió enormemente agradecido a su amigo y socio.
-Revistas, revistas, ¿no quiere un
chiste, señor? –El hombre se detuvo y examinó las carátulas. - ¿Cuánto? -un sol
cincuenta no más… -La mano del hombre quedó indecisa sobre dos revistas. ¿Cuál,
cuál llevará? Al fin se decidió. –Cóbrese–. Y las monedas cayeron,
tintineantes, al bolsillo de Pedro. Esteban se limitaba a observar, meditaba y
sacaba sus conclusiones: una cosa era soñar, allá en Tarma, con una bestia de
un millón de cabezas, y otra era estar en Lima, en el centro mismo del
universo, absorbiendo y paladeando con fruición la vida.
Bueno,
bueno, la bestia era una bestia bondadosa, amigable, aunque algo difícil de
comprender. Eso no importaba; seguramente, con el tiempo, se acostumbraría. Era
una magnífica bestia que estaba permitiendo que el billete de diez soles se
multiplicara. Ahora ya no quedaban más que dos revistas
sobre el muro. Dos nada más y ocho desparramándose por desconocidos e ignorados
rincones de la bestia. Revistas, revistas chistes a sol cincuenta, chistes…
Listo, ya no quedaba más que una revista y Pedro anunció que eran las cuatro y
media.
-¡Caray, me muero de hambre, no he
almorzado…! –prorrumpió luego.
-No, no he almorzado… -observó a
posibles compradores entre las personas que pasaban, y después sugirió:
-¿Me podrías ir a comprar un pan o
un bizcocho?
-Bueno –aceptó Esteban,
inmediatamente.
Pedro sacó un sol de su bolsillo y
explicó:
-Esto es de los dos cincuenta de mi
ganancia, ¿ya?
-Sí, ya sé.
-¿Ves ese cine? –preguntó Pedro
señalando a uno que quedaba en esquina. Esteban asintió-. Bueno, sigues por esa
calle y a la mitad de cuadra hay una tiendecita de japoneses. Anda y cómprame
un pan con jamón o tráeme un plátano y galletas, cualquier cosa, ¿ya Esteban?
-Ya.
Recibió el sol, cruzó la pista,
pasó por entre dos autos estacionados y tomó la calle que le había indicado Pedro.
Sí, ahí estaba la tienda. Entró.
-Deme un pan con jamón –pidió a la
muchacha que atendía.
Sacó un pan de la vitrina, lo
envolvió en un papel y se lo entregó. Esteban puso la moneda sobre el
mostrador.
-Vale un sol veinte –advirtió la
muchacha.
-¡Un sol veinte! –devolvió el pan y
quedó indeciso un instante. Luego se decidió: -Deme un sol de galletas,
entonces.
Tenía el paquete de galletas en la
mano y andaba lentamente. Pasó junto al cine y se detuvo a contemplar los atrayentes
avisos. Miró a su gusto y, luego, prosiguió caminando. ¿Habría vendido Pedro la
revista que le quedaba?
Más tarde, cuando regresara a Junto
al Cielo, lo haría feliz, absolutamente feliz. Pensó en ello, apresuró el paso,
atravesó la calle, esperó que pasaran unos automóviles y llegó a la vereda.
Veinte o treinta metros más allá había quedado Pedro. ¿O se habría confundido?
Porque ya Pedro no estaba en ese lugar, ni en ningún otro. Llegó al sitio
preciso y nada, ni Pedro, ni revista, ni quince soles, ni… ¿Cómo había podido
perderse o desorientarse? Pero, ¿no era ahí, donde habían estado vendiendo las
revistas? ¿Era o no era? Miró a su alrededor. Sí, en el jardín de atrás seguía
la envoltura de un chocolate. El papel era amarillo con letras rojas y negras,
y él lo había notado cuando se instalaron, hacía más de dos horas. Entonces,
¿no se había confundido? ¿Pedro, y los quince soles, y la revista?
Bueno, no era necesario asustarse,
pensó. Seguramente se había demorado y Pedro lo estaba buscando. Eso tenía que
haber sucedido, obligadamente. Pasaron los minutos. No, Pedro no había ido a
buscarlo; ya estaría de regreso de ser así. Tal vez había ido con un comprador
a conseguir cambio. Más y más minutos fueron quedando a sus espaldas. No, Pedro
no había ido a buscar sencillo: ya estaría de regreso, de ser así.
¿Entonces?...
-Señor, ¿tiene hora? –le preguntó a
un joven que pasaba.
-Sí, las cinco en punto.
Esteban bajó la vista, hundiéndola
en la piel de la bestia y prefirió no pensar. Comprendió que, de hacerlo
terminaría llorando y eso no podía ser. Él ya tenía diez años, y diez años no
eran ni ocho ni nueve. ¡Eran diez años!
-¿Tiene hora, señorita?
-Sí –sonrió y dijo con una voz
linda-: Las seis y diez –y se alejó presurosa.
-¿Y Pedro, y los quince soles, y la
revista?--- ¿Dónde estaban, en qué lugar de la bestia con un millón de cabezas
estaban?... Desgraciadamente no lo sabía y sólo quedaba la posibilidad de
esperar y seguir esperando…
-¿Tiene hora, señor?
.Un cuarto para las siete.
-Gracias.
¿Entonces?... Entonces, ¿ya Pedro
no iba a regresar?… ¿Ni Pedro, ni los quince soles, ni la revista iban a
regresar entonces?... Decenas de letreros luminosos se habían encendido.
Letreros luminosos que se pagaban y se volvían a encender; y más y más gente
sobre la piel de la bestia. Y la gente caminaba con más prisa ahora. Rápido,
rápido, apúrense, más rápido aún, más, más, hay que apurarse muchísimo más,
apúrense más… Y Esteban permanecía inmóvil, recostado en el muro, con el
paquete de galletas en la mano y con las esperanzas en el bolsillo de Pedro…
Inmóvil, dominándose para no terminar en pleno llanto.
Entonces, ¿Pedro lo había
engañado?... ¿Pedro, su amigo, le había robado el billete anaranjado?... ¿O no
sería, más bien, la bestia con un millón de cabezas la causa de todo?... Y,
¿acaso no era Pedro parte integrante de la bestia?...
Sí y no. Pero ya nada importaba.
Dejó el muro, mordisqueó una galleta y, desolado, se dirigió a tomar el
tranvía.
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