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14 septiembre 2021

EL COMPLEJO ARQUEOLOGICO Y PAISAJISTICO DE CUMBEMAYO EN CAJAMARCA - JUAN PUELLES

 



       El sosegado paisaje saturado con ciclópeas figuras que se levantan al cielo;  el  milenario  acueducto  por el que aún discurre agua nos llena de asombro. 

Junto a la silente atmósfera del lugar, quebrantada de vez en cuando por el agudo silbido del aire; permite a la mente entregarse a la contemplación de este singular bosque pétreo. Estamos en el complejo arqueológico de Cumbemayo y aunque está nublado y hace frío, solo quedan palabras para describir este regalo natural y cultural.

Siempre es encantador y mágico volver a Cajamarca, mítica región que testificó el encuentro de dos imperios, uno propio, que ocupó gran parte del sur del continente americano, y otro venido de la lejanía europea, con sed de expandir su estela. 







Siempre será un placer admirar el amplio valle cajamarquino, pintado de verdes infinitos y gozar su cielo, que cuando despeja, adquiere el tono más perfecto de entre todos los matices del azul y se torna indescriptiblemente bello.

Desde la época del Inca Garcilaso de la Vega, muchos investigadores se han dado a la tarea de descifrar la etimología de su nombre y no pocos coinciden en que Cajamarca, derivaría de Qasamarka, vocablo quechua que alude a pueblo helado. Quizá el incanato la haya anexado al imperio en las épocas más frías del año, por eso el nombre.

Pero nada está dicho, pues otros especialistas, como el destacado historiador Horacio Urteaga, lo liga a Catequil, el dios del rayo, la deidad tutelar de los antiguos habitantes antes de la llegada inca. Según refiere, Cajamarca significaría pueblo del rayo. Pero dejemos aquí esta disquisición etimológica y demos comienzo a esta travesía para conocer, entre muchos otros atractivos, la maestría hidráulica que mostraron los primeros cajamarquinos.


















Honor al agua

En menos de una hora, la camioneta sube 19 kilómetros al oeste de la ciudad serpenteando una carretera afirmada en cuyas laderas asoman, sucediéndose uno tras otros, el conjunto de pinos y las moles del complejo arqueológico que los lugareños llaman frailones. En realidad, vistos de lejos, estos enormes farallones líticos aparecen como si fueran una cuadrilla de frailes, colocados en reposada y piadosa oración.

El paisaje es impresionante. Un halo misterioso envuelve a la gran meseta que reposa sobre los 3,500 metros de altitud. Aquí se siente el silencio que caracteriza a lo místico. Las corpulentas rocas que han sido labradas a su antojo y durante milenios por la erosión dejan volar la imaginación. 

Pero si el bosque de rocas captura nuestra curiosidad, Cumbemayo la exacerba. Gran parte de este generoso territorio lo recorre un admirable acueducto que debe ser de los primeros en América del Sur. Dicen que el nombre significa canal de agua bien construido, ¡y vaya que lo es!

Como ha sucedido con varios recintos históricos, esta herencia fue descubierta por casualidad, en 1937, cuando un trabajador de la hacienda San Cristóbal, a donde pertenecía Cumbemayo en aquel tiempo, hacía labores de limpieza. 

Ese mismo año, el arqueólogo y médico Julio C. Tello toma contacto con el complejo y, poco a poco, empieza a develar sus secretos. Las investigaciones arqueológicas han permitido datar el lugar entre el 1,500 y 1,000 a. C.





















Agua, fuente de vida

Cajamarca se ubica en una zona donde abunda el agua, imprescindible para la vida. Los antiguos lo sabían y respetaban este recurso, tanto que le atribuían un matiz sagrado. Cumbemayo se asienta en la divisoria de aguas continentales. Es decir que el agua que se descuelga del cielo en la época de lluvias y la de los reservorios y manantiales se reparte, por un lado, hacia la vertiente del Pacífico y, por el otro, a la del Atlántico.

Los imponentes canales de piedra que se extienden a lo largo de nueve kilómetros de longitud trasladan el agua que baja al valle. La obra es impresionante y constituye uno de los legados más impresionantes que los Andes conservan hasta hoy.

Los hallazgos del altar, la mesa de sacrificios, una piedra escalonada y varios petroglifos esculpidos en las paredes de los canales, cuyo significado se mece en los abismos del misterio; hacen un todo que manifiesta un inconfundible centro ceremonial. Por eso, los arqueólogos afirman que más que servir para acopiar agua para consumo humano, esta gran obra era un santuario andino en honor al vital líquido. 

Despreocupado recorro la zona y en la medida en que avanzo crece también mi admiración por esta gran obra de ingeniería hidráulica. Si se tiene un verdadero respeto por la naturaleza (algo venido a menos en nuestra época), definitivamente una divisoria de aguas es una muy buena razón para edificar un santuario.





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