Cuando pareciera que el lado honesto de la arquitectura había perdido su esencia para cobijarse en tantos ismos que tal vez sean en el fondo eufemismos para no admitir que la conceptualización arquitectónica se ha desvirtuado pasando de ser un proceso de construcción y sistematización de ideas sobre la base de experiencias de referentes sociales y físicos; a ser un proceso de sistematización de las demandas del mercado.
Es cuando aparecen todavía en nuestro medio figuras ilustres que apuestan por ese lado “honesto” pero de nuestra arquitectura, con la “revalorización” y porque no decir la “re vinculación con nuestro pasado cultural el cual es objeto todavía de miradas escépticas por parte de muchos arquitectos peruanos, pero que sin embargo hay mucho que aprender.
Y es en eventos como en el que asistí hace casi dos meses (mi penúltimo taller apremiantemente no me dejo tiempo de dedicarle estas líneas) que tenía como título: PASADO PRESENTE Y FUTURO DE LA ARQUITECTURA PERUANA en el que tuve la oportunidad de encontrarme con dos ilustres arquitectos que más que ofrecer un discurso sobre sostenibilidad en arquitectura el fondo era una mirada retrospectiva al mundo ancestral cuyo discurso mágico religioso implicaba el amor por la naturaleza.
Y es aquí donde me detengo para hacer un símil con el discurso usado por occidente en su producción arquitectónica y para ello citare a un joven escritor cusqueño: Jorge Alejandro Vargas Prado en una entrevista que dio para el diario El Comercio sobre la lengua quechua, donde lo hicieron esta pregunta:
¿Cómo se siente en quechua?
Tiene que ver con el cariño que se da. La cultura occidental se basa en restringir el cariño para intentar sobrevivir, pero en culturas como en la quechua tenemos la posibilidad no solo de amar a las personas, sino también a la naturaleza.
Esta apreciación traducida a la arquitectura muestra el legado de una cultura romana que rendía culto a dioses que no eran otra cosa que el reflejo del hombre y al cual le dotaban de poderes especiales muchos referidos a las cualidades y virtudes humanas: la sabiduría (Atenea) , la belleza (Venus), etc Hasta tuvo su dios Arquitecto que era Hefestos.
Para ellos se erigieron grandes templos que glorificaban su grandeza y esto tuvo eco en toda su arquitectura: la militar y la civil, por ejemplo. En ellas glorificaban sus triunfos y conquistas. Pero todas ellas se integraban a la Urbe de manera que su Arquitectura nunca dio tregua a la naturaleza del entorno.
Nunca existió un dialogo entre las dos. Observar la ciudad antigua reconstruida en una maqueta hace evidente esta afirmación, también al observar algunos nodos de lo que fue su ciudad como lo es el Foro Romano y muchos monumentos antiguos. Pero si se trata de hurgar en fuentes más rebuscadas me permitiré hacer la siguiente cita:
“Tan impío era llevar agua a la tierra detrayéndola de los ríos como, al contrario, arrojar tierra al medio acuático"; se trataba en ambos casos de un atentado contra la naturaleza y a larga contra los dioses: “los peces hallan constreñido el mar / por moles que echa al agua el constructor / rodeada de obreros a instancias / de un dueño al cual ya sus terrenos / no bastan” (Hor., Od. III 1,33-37).
La oda de Horacio es un ataque contra la sed de riqueza imperante en la Roma de Augusto, contra el afán de lujo, opulencia y la adquisición incontrolada de tierras. Aquí el constructor. Terraefastidiosus, arroja grandes cantidades de tierra al mar extendiendo de forma artificial la propiedad de lo que parece resentirse los peces.
Este tipo de actuación es propia de un constructor arrogante y sobre todo impío en su actitud hacia el entorno que recuerda mucho a la figura de Jerjes cuyo tiránico carácter impidió estar en armonía con la naturaleza…” (Santiago Montero Herrero, EL EMPERADOR Y LOS RÍOS: RELIGIÓN, INGENIERÍA Y POLÍTICA EN EL IMPERIO ROMANO)
Ahora mientras que los romanos tenían a sus divinidades representadas en figura humanas dotados de poderes sobrenaturales, los Incas rendían culto a dioses que eran elementos de la naturaleza misma: agua, tierra, nevados, sol, etc.
Tal divinización de estos elementos, que de forma contraproducente fueron proscritos en el proceso de occidentalización, no era casual, tiene sus orígenes en la valoración que le daban a su entorno puesto que la arquitectura inca se mimetizaba con el paisaje natural contrariamente a la arquitectura romana que la reemplazaba.
Por tanto Arquitectos como Luis Longhi Traverso hacen honor a este legado inca; en cada obra que muestra los conceptos sobre la cosmovisión andina son claros y nos da una lección altruista de como vincularnos con los procesos creativos Prehispánicos que se resumen como dice él a “hablar con el entorno…con la piedra, el adobe, el cerro”. Este nivel de entendimiento que él tiene con la naturaleza, lejos de la ironía, son niveles de abstracción propios del verdadero artista.
Máximo Maldonado
Universidad Alas Peruanas
Lima
Universidad Alas Peruanas
Lima
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