Ante la incertidumbre abrumadora que el futuro le puede deparar a un joven arquitecto, David Muñoz Suárez surgió del anonimato como una fuente de inspiración y esperanza.
Su devenir profesional conlleva una historia de trabajo y entrega, pues si bien es un hecho que comenzó desde abajo, como peón de albañil, también es un mérito inobjetable que haya llegado a la cúspide como arquitecto al ganar el premio y medalla de oro de la Tercera Bienal Mundial de Arquitectura.
Era una persona humilde, de tal manera que nunca se consideró arquitecto, pero siempre insistió en serlo ya que contaba con el talento nato de un gran artista y la sencillez de un aprendiz incansable, ávido de conocimientos y retos.
David Muñoz es creador de obras que permanecen y que dan a la vida del ser humano un sentido más agradable; es una clara muestra de valentía, tenacidad, estudio, preparación y sobre todo pasión por la arquitectura, que fue su mayor fortaleza toda vez que siempre lo llevó a enfrentar retos con un solo objetivo: la trascendencia.
La forma, la masividad, la textura, el claroscuro marcan su estilo, pero en particular la sencillez, lo funcional, lo proporcionado. Los proyectos que desarrolló en su despacho durante más de cinco décadas de trabajo y las soluciones que propuso le han dado un sello característico a su obra que permanece en sus hijos con un solo fin: hacer arquitectura.
Increíble, sin duda uno referente maravilloso de la arquitectura tardo moderna mexicana. Maestro.
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